Dos amigas decidieron inventar sus propias luminarias.El resultado: piezas coloridas, personalizables y tan únicas como las casas que las reciben. Más que un objeto decorativo, cada lámpara de Aura es un gesto de identidad. Catalina y Alejandra diseñan luz con carácter: artesanal, cercana, viva.
Hay ideas que surgen en un papel, otras en una tormenta de post-its. Pero hay algunas, las más sabrosas, que se cocinan entre conversación, intuición y una buena dosis de amistad. Así nació Aura Lamps, las lámparas que Catalina
Bernstein y Alejandra Ventura- Juncá fabrican en Chile, cargadas de tanto color como carácter. Con rayas, sí, pero con más historia que un diseño industrial promedio. Porque detrás de cada pantalla hay un relato de reinvención, de amor por los detalles y de una obsesión compartida por iluminar espacios con gracia, intención y una pizca de rebeldía estética.
“Queríamos salir un poco de los colores neutros, con algo diferenciador”, dice Catalina, diseñadora gráfica e interiorista, mientras Alejandra, publicista y exejecutiva de marketing, asiente con una sonrisa cómplice. Lo suyo no fue una decisión estratégica ni una búsqueda de nicho: fue una necesidad. “Decorabamos juntas, y nos dimos cuenta de que no había lámparas distintas, con onda. Así que dijimos: hagámoslas nosotras”.
De la publicidad a la pantalla
La historia de Aura no empieza en un taller, sino en la vida misma. Catalina vivió ocho años fuera de Chile, trabajando en proyectos de interiorismo en Madrid y Nueva York, mientras que Alejandra se dedicaba al mundo de las marcas y la publicidad. “Después de la pandemia, me independicé. Partí con una empresa de productos de niños, nada que ver, y ahí conocí a la Cata”, cuenta Alejandra. Se entendieron rápido. Demasiado rápido. Primero fueron eventos de pádel creando el circuito de apoderados más grande de chile, luego proyectos de interiorismo, hasta que llegó esa chispa que encendió todo: la lámpara que no encontraban.
“Fue muy orgánico todo”, dice Catalina. “Se nos dio la oportunidad y no la desaprovechamos. Cuando viví en Madrid trabajé con una arquitecta y terminé me- tida en la ambientación de varios restaurantes. Luego seguí estudiando en Nueva York, haciendo cursos específicos de interiorismo.”
Alejandra también traía la decoración en la sangre. “Mi mamá era decoradora, y aunque nunca trabajé formalmente con ella, siempre la ayudaba. Le veía los presu- puestos, acompañaba a los maestros. Cuando falleció, me quedó esa espinita de no haber trabajado juntas. Siento que ahora, con Catalina, estoy honrando eso».

Rayas que cuentan historias
Las lámparas de Aura no pasan desapercibidas. Tienen nombres atractivos, sugerentes y reconocibles (Queen, Prince, Dylan, James) y pantallas envueltas en franjas de colores que pueden ir de lo elegante a lo desfachatado, según el ánimo del cliente. Porque sí: en Aura, quien compra también diseña.
“Tenemos más de 50 colores y hacemos combinaciones personalizadas. Nos mandan fotos del living, de la pieza y vamos probando. Les mostramos maquetas, jugamos. Es un proceso muy entretenido”, comenta Alejandra.
“El cliente es el artista de esta obra”, resume Catalina. Y no suena a frase de marketing: es literal. En un mundo de objetos producidos en masa, Aura apuesta por lo artesanal, por lo táctil, por la conversación previa al clic.
“Las primeras lámparas las hicimos nosotras, de principio a fin”, recuerda. “Aprendimos a electrificar, a doblar fierro, a calcular la altura para el soquete. Prueba y error, puro ensayo.”
La técnica de las rayas, hoy su sello más reconocible, nació también de la lógica del hacer. “Es la forma más fácil de meterle color al fierro, por la forma que tiene”, explica Catalina. Pero también, confiesan, están full de moda.
“Hay gente que quiere arriesgarse con fucsia y rojo, y otra que prefiere algo más sutil: crema con tres líneas negras delgadas. Tenemos para todos los gustos».



Made in Chile
Cada lámpara de Aura está hecha en Chile. No como un guiño patriótico, sino como una decisión ética y estética. “Eso le da valor a la marca. Nos importa apoyar lo local, y también tener control sobre el proceso. Saber de dónde vienen los materiales, cómo se arman, quién los hace”, dice Alejandra.
La estructura base es de fierro, aunque ya han experimentado con madera y otros materiales. “El cordón que usamos es 100% algodón, pero estamos probando con nuevas materialidades para exteriores o para zonas frías como el sur
o la montaña”, explica Catalina. Lo que viene no son sólo nuevos colores, sino nuevas texturas, formas y usos. “En piezas de niños, por ejemplo, jugamos más con campanitas, bases de madera y colores combinados. Nos adaptamos al espacio”.
Esa adaptabilidad es clave para entender el éxito que han tenido. Desde su primera aparición en la Feria ED, donde se lanzaron oficialmente, han logrado presencia en múltiples puntos del país: La Serena, Valdivia, Temuco, Laguna Zapallar. Y ahora, con una página web en proceso, planean digitalizar la experiencia de personalización: que cada cliente pueda diseñar su lámpara en línea, como un niño gozando un dibujo.

El aura de una marca
Pero, ¿por qué Aura? La respuesta tiene un poco de anécdota y otro tanto de intuición poética. “Aura Interiorismo fue nuestro primer nombre, cuando hacíamos solo decoración. Cuando surgieron las lámparas, calzaba perfecto”, cuenta Alejandra. Catalina agrega: “Aura, luz, energía… tenía todo el sentido. El aura de la casa también se construye con los objetos que eliges. Una lámpara puede cambiarlo todo”.
Y no se refiere solo a lo estético. Para ellas, la luz es una atmósfera emocional. “Una pantalla con franjas negras so- bre fondo crema no proyecta lo mismo que una fucsia con líneas burdeo. Cada combinación tiene un carácter, una vi- bración distinta. Por eso es tan importante que sea el cliente quien elija los colores, que participe”, dice Alejandra. Esa dimensión afectiva del diseño es clave en Aura: el objeto no es neutro, refleja cómo se vive un espacio, qué se quiere transmitir y quién lo habita.
Las lámparas se han vuelto una forma de lectura del entorno, por eso, el trato con cada comprador es casi artesanal. “Nos mandan fotos, nos cuentan qué quieren transmitir. A veces es un regalo, a veces un cambio de etapa. Y nosotras le damos forma”, dice Catalina. No hay urgencia industrial: hay dedicación. Y también humor. “Tenemos una lámpara Dylan, una James, una Queen. No sé si estamos armando una banda o una familia”, se ríe Alejandra.

El catálogo crece, pero no de forma caótica. Cada modelo nace de una observación o una necesidad. Están pensando en formatos más grandes, luminarias de pie, incluso versiones outdoor para terrazas o jardines. “Queremos que haya Aura para cada lugar. Y no necesariamente desde lo decorativo, sino también desde lo funcional”, explican.
Sin apagarse
Lejos de estancarse en el nicho de lo “bonito”, Catalina y Alejandra tienen la mirada puesta en diversificar sin diluirse.
“No queremos expandirnos a otros productos decorativos por expandir. Queremos seguir expandiendo el mundo de las lámparas”, dice Alejandra.
La diferencia parece sutil, pero no lo es: su foco está en profundizar, no solo en multiplicar. Ya han desarrollado más de 100 combinaciones distintas y tienen siete modelos en juego.
La idea es no solo sumar diseños, sino también incorporar nuevos materiales, adaptarse a distintos climas, usos y estilos de vida.
“Tenemos materiales especiales para exterior, otros más cálidos para el sur. Queremos sacar colecciones específicas: montaña, playa, ciudad”, detalla Catalina.
Uno de sus grandes hitos a corto plazo será el lanzamiento de la página web, donde cada cliente podrá diseñar su propia lámpara online. Un configurador lúdico e intuitivo que les permitirá escalar sin perder el sello de co-creación.

“La idea es que puedas jugar, combinar, ver cómo queda antes de encargar. Que diseñar tu lámpara sea parte de la experiencia, no solo el resultado”, explican.
¿Y el sueño mayor? “Un taller abierto al público”, responde Catalina sin dudar. “Un lugar donde la gente pueda ir, ver las muestras, tocar los materiales, elegir en vivo. Tener el molde de fierro ahí, los cordones colgando como ovillos de helado, los colores puestos en la pared. Un lugar que hable de lo que somos: diseño, oficio y cercanía.”
Alejandra completa la visión: “Y que si alguien piensa en una lámpara de diseño, piense en Aura. Que sea lo primero que se le venga a la cabeza.”
En un mercado lleno de imitaciones, Aura no busca estan- darizarse. Quiere seguir jugando, explorando, encendiendo espacios con sentido. Porque en cada lámpara hay una his- toria. Y en cada historia, una forma distinta de iluminar.
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