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Carolina Corces, arquitecta: Osada, simple, meticulosa

Jul 2, 2025 | Arquitectura, Reportajes | 0 Comentarios

La arquitectura de Carolina Corces se define más por su método que por una forma. Con una mirada versátil que cruza diseño, ejecución y gestión, Corces Arquitectura apuesta por materiales nobles, procesos limpios y una escucha activa como base del oficio.

“No vengo de una familia de arquitectos”, aclara de entrada Carolina Corces, marcando un punto que, sin saberlo, define gran parte de su manera de ver y ejercer la profesión. Creció en Linares, “una ciudad chiquitita, en el centro de Chile”, en una de esas casas urbanas de fachada continua, con techos altos y luz natural a raudales. Fue allí, junto a su madre autodidacta —una mujer con talento natural para componer espacios y vestir ambientes con encanto—, donde algo empezó a gestarse.

“Yo tenía un link muy power con ella, y creo que esa experiencia fue decisiva. Todo desde un lugar muy sencillo, pero significativo”, recuerda. Su padre, ferretero de oficio, también alimentó desde la práctica un modo particular de observar el mundo: sin ornamento, sin artificios.

Desde niña dibujaba edificios modernos que la rodeaban: el hotel Turismo, el edificio del Correo. “Imagínate un edificio Le Corbusier incrustado en un entorno campesino. Era algo curioso… pero me hacía sentido. Había ahí un match intuitivo”.

Los anteojos nuevos

Ingresó a la Universidad de Chile sabiendo poco de lo que realmente implicaba estudiar arquitectura. “Me acuerdo que un profesor me dijo algo que se me quedó grabado: que estudiar arquitectura es como ponerse unos anteojos nuevos y ver el mundo de otra manera. Ese proceso de aprender a mirar es hermoso, pero también hostil”.

Fue una etapa exigente, de noches en vela, frustraciones técnicas y descubrimientos personales. También de crítica a la desconexión que muchas escuelas aún tienen con la práctica real: “Uno no sale haciendo centros culturales. Sale haciendo cosas chicas, sin saber nada de costos, de gestión, de cómo relacionarse con un cliente”.

Pero la experiencia en la Chile fue fundacional. “Es una universidad. En toda su dimensión. Para una provinciana como yo, fue un regalo. Un universo de personas, de visiones. Muy genial”.

El rigor como escuela

Carolina trabajó en distintas oficinas hasta que a los 29 años postuló a la de un profesor que había tenido en quinto año: Juan Sabbagh, Premio Nacional de Arquitectura. Ahí se quedó trece años. “Todo lo que sé, lo que hago, lo aprendí ahí. El rigor, la metodología, el fundamento del diseño, cómo tratar a un cliente, cómo pararse frente a un encargo”.

Se involucró en proyectos habitacionales, comerciales, concursables, sociales. “Me tocó participar en un DS19, un proyecto precioso, con diseño real para familias vulnerables. Juan tenía esa cosa de preguntarse: ¿por qué los que tienen menos tienen que vivir en lugares feos?”.

Ese tipo de encargos, donde la estética se cruza con la dignidad, marcaron una forma de entender el oficio: sin esnobismo, sin cinismo. “Ver a una familia recibir un departamento bien hecho, con buena luz, con espacios públicos dignos… es sublime”.

Piscina vacía

La independencia llegó justo después de la pandemia. “Fue un piscinazo, literal. Sin ahorros, sin clientes, pero con la urgencia de acompañar a uno de mis hijos. Dejé una oficina que era casi mi casa, con gente a cargo, proyectos grandes, flexibilidad. Y partí sola, en cero”.

Los primeros encargos fueron de todo tipo: cambiar un WC, pintar una reja, hacer una ampliación. “Y después el WC se transforma en dos WC, y luego en la casa de la playa, y luego en la oficina de la mamá. Es un granito y otro granito. Con alta resiliencia”.

Hoy, Corces Arquitectura es una oficina pequeña, pero en crecimiento sostenido. Carolina trabaja con colaboradores de confianza: un partner que se suma en proyectos grandes, una arquitecta de su misma escuela, un jefe de obra consolidado. “No tengo socio, pero sí una red. Y tengo un método. Eso me lo dio la oficina. Orden, estructura, claridad”.

Simplicidad meticulosa

Cuando se le pregunta por un estilo, Carolina Corces lo descarta sin vacilar. “No tengo estilo”, dice. “Pero sí hay una manera de hacer las cosas. Me gusta trabajar con pocos materiales, ojalá dos o tres, siempre nobles, sin disfraz. Nada que parezca lo que no es”.

Más que buscar una estética determinada, su foco está en construir desde la honestidad material y la claridad espacial. “Intento que mis proyectos sean simples, pero osados. Me gusta que el espacio desafíe ciertos mitos, que provoque, que enseñe. Me encanta cuando un cliente se atreve a algo que no imaginaba y luego dice: ‘Nunca pensé que esto podía funcionar así’. Ese regalo me da felicidad profesional”.

La arquitectura que impulsa desde su estudio no se queda en la etapa del diseño. Corces asume, con convicción, la dimensión ejecutiva del proceso. “En los proyectos chicos hago todo: diseño, presupuesto, compras, obra, postventa. Solo le pido al cliente que confíe y transfiera. Me hago cargo de todo”.

En esos encargos más personalizados —como remodelaciones, quinchos o ampliaciones— ofrece lo que llama un servicio “boutique”, de escala controlada, sin delegaciones excesivas, donde puede involucrarse con detalle.
“Voy todos los días a la obra, prometo plazos, y respondo. Me gusta que el cliente se sienta acompañado”.

Cuando el proyecto lo exige, activa una red consolidada de colaboradores: calculistas, razors, especialistas externos con los que trabaja hace años. “Yo los propongo. Cada uno tiene sus honorarios, pero yo coordino todo. Ese es el servicio premium: que todo funcione, que todo esté engranado”.

Esa cercanía también se expresa en su relación con la obra gruesa. Con su jefe de obra de confianza —con quien ha trabajado por más de una década— aborda encargos completos, asumiendo incluso la ejecución directa. “El manejo de la mano de obra es lo más difícil, pero también lo más determinante. Si no se ejecuta bien, todo lo demás se cae”.

Y para evitar roces o malentendidos, lo tiene claro: “Yo soy el cliente. Aunque no sea la que paga, soy la que responde. Así no hay triangulación, y los tiempos, los costos y los resultados finales se cuidan de verdad”.

Su manera de operar combina método, cercanía y resolución. Con una arquitectura contenida, honesta, que se aleja del espectáculo pero no del carácter. Una práctica que, en sus propias palabras, busca siempre ser “simple, pero con intención”.

Interiorismo, paisaje y otras fronteras

Aunque muchas de sus obras incluyen decisiones de interiorismo, Carolina prefiere no enmarcarse en ese rubro. “No sé si hago interiorismo. Me gusta pensar que hago arquitectura desde adentro. Y me pasa lo mismo con el paisajismo”.

Para ella, ni el mobiliario ni las plantas deben competir con la arquitectura. “Son servidores de una obra, no protagonistas. Me gusta no saber tanto de interiorismo. Me gusta poder hacerlo desde la intuición, no desde la receta”.

En esa línea, evita las modas, los recursos demasiado explícitos, los espacios sobrecaracterizados. “Me gusta que un espacio sea versátil. Que hoy sirva para una cosa y mañana para otra. Cuando hay molduras, estilos muy marcados, eso se pierde”.

Sin nicho, con sentido

Frente a la pregunta por sus proyecciones, Carolina responde con convicción: “No quiero ser una arquitecta de nicho. Aunque hoy todo empuje hacia eso, me gusta la versatilidad. Me gustaría que eso se transforme en un sello”.

Le entusiasma seguir haciendo vivienda, pero también quiere volver al mundo comercial: edificios, espacios públicos, programas mixtos. “Es un tema de encontrar a esos clientes. De educarme en eso. Pero sí: me encantaría tener una oficina más profesionalizada, con dos o tres personas más. Sin perder el control, sin perder el método”.

Porque, en el fondo, su arquitectura no es solo de formas, sino de procesos. Procesos ordenados, pero humanos. De cercanía, de escucha, de ejecución limpia. Arquitectura sin atajos, sin posturas falsas. Con el mismo rigor de una gran oficina, pero con la calidez de esa casa en Linares donde todo comenzó.

Esa esencia… en los proyectos que te presentamos enseguida.

CASA CB (Condominio Agua Dulce, Huentelauquén, Canela, Coquimbo)

La casa CB es una segunda vivienda familiar con estructura en concreto armado a la vista (tablilla rústica vertical), sistema de losas y pilares tubulares de concreto, sin vigas. Pavimentos y Revestimientos en mármol rústico, madera y piedra laja.

El encargo nace de un terreno en primera línea, rocoso y angosto, en paralelo a una petición familiar de una casa funcional, austera y donde los espacios comunes fueron los protagonistas en la experiencia de vivir la casa.

El contexto y forma del terreno obligaron a que la vivienda tuviese que tener varios ángulos, de manera que todos los recintos gozarán de la espectacular vista al mar.

Acompañado de sólo uso de materiales nobles, lo que logra una arquitectura atemporal, neutra y sobria. Hormigón visto entablillado, piedra laja, madera termotratada, vidrio y mármol. No existen más materiales.

Destacan espacios integrados e independencia de usos de lo privado y lo público, mobiliario de todos los recintos en sintonía a los materiales elegidos, siempre con materiales nobles y simples.

Y lo tradicional en este tipo de encargos, zonas expuestas y también protegidas del viento, factor muy relevante en viviendas con esta ubicación.

Fue pensada como un lugar de descanso y contemplación, con un programa sencillo donde se organizaron los espacios sociales en una planta libre en el primer nivel con una imponente terraza mirador exterior, mientras que en el segundo, se proyectan las áreas privadas, ambos niveles aprovechan el asoleamiento norte en torno a vistas estratégicas.

Con una atención meticulosa en los detalles, se diseñaron espacios fluidos y luminosos, donde la domótica, losa radiante y eficiencia energética hacen de esta casa un refugio familiar acogedor y funcional.

CASA LOS LAGARES (Santa María de Manquehue, Las Condes, RM)

Un desafío que partió con demoler una mansarda, terminó siendo una nueva casa, que hoy está en construcción.

El encargo era mantener algo de la casa original, que tiene un valor emocional enorme para la clienta, pero generar, al mismo timpo, mejores espacios, más dignos, funcionales y de mayor confort físico y visual.

«Moverse por la casa y ver el jardín, siempre, fue el primer fundamento de diseño. Sobre todo en la casa existente. Árboles añosos y particulares tiene este jardín, que nuevamente fue una pieza clave para desarrollar la remodelación», explica la arquitecta.

Rescatar de una forma sana la albañilería existente, y encontrar un lenguaje contemporáneo que conversara con la composición de la casa original, fue un gran objetivo a lograr.

Por esto, se utilizó en el diseño sólo Acero, madera, vidrio y mármol.

Por otra parte, y como segundo objetivo, se buscó convertir espacios olvidados de la casa en nuevos lugares protagonistas.

«Con esto nos referimos a la cocina, hall de acceso o el dormitorio principal, por ejemplo. No sólo los espacios públicos pueden ser protagonistas», comenta Carolina

«Acompañamos, como acostumbramos, el diseño de todo el mobiliario de la casa, como parte del encargo. Evitando el elemento decorativo de moda, promoviendo con maderas nativas crear elementos funcionales y estéticos que estén al servicio del espacio en el que se insertan», agrega para concluir.

CASA LAS BANDURRIAS (La Dehesa, Lo Barnechea, RM)

El encargo fue la remodelación de uUna casa de la época de Christian De Groote, de1 piso, grandes alturas y mucho hormigón.

«Fue un tremendo encargo, ya que la base tenía valores a rescatar, potenciar y poner en valor. Traer el exterior y meterlo hacia el interior, fue uno de los fundamentos para lograr esto, ya que el jardín y la orientación de la casa eran piezas claves», dice la arquitecta.

Se repararon elementos existentes, y en relación a lo nuevo, sólo se armonizó con materiales nobles que fuesen amigos de lo original.
«Más que una remodelación, este fue como una restauración», argumenta la profesional.

«Y de paso, derribamos algunos mitos como atreverse a tener una cocina vidriada, o un baño casi completamente expuesto. Todo esto acompañado de mobiliarios y pantone de colores elegidos y diseñados con los clientes, sin grandes pretensiones, simples pero también jugados», agrega con pasión Carolina.

Todo fue sabiamente rematado con la recuperación de una pista de baile convertida en un estar quincho comedor, acogedor y congregante.

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