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Casa HR, poesía habitable. Por Nicolás Guerra Almarza

Jul 3, 2025 | Arquitectura, Destacados | 0 Comentarios

En medio del bosque nevado del Valle Las Trancas, una casa se levanta no como objeto, sino como relato. No responde a un estilo, sino a una experiencia vivida. La Casa HR, obra del arquitecto chileno Nicolás Guerra Almarza, es mucho más que una vivienda de montaña: es una historia tejida con sensibilidad, intuición y materia. Es el punto de partida para hablar de un autor cuya arquitectura nace de escuchar el lugar, de interpretar sueños ajenos como propios, y de comprender que la luz —sí, la luz— es también un material constructivo.

El trabajo de Nicolás Guerra no se apoya en grandes manifiestos ni en discursos de autor: se encarna en una manera de estar en el mundo. Su estudio, su camino y su sello son el resultado de una práctica que evoluciona desde lo vivencial, desde un enfoque profundamente humano, y que al mismo tiempo no abandona la exigencia técnica ni la calidad estética. Arquitectura como arte, estructura y experiencia.

Arquitectura desde la experiencia

Nicolás Guerra Almarza se crió en Talca y hoy vive en Santiago, pero ha construido buena parte de su trayectoria en movimiento. Viajero, observador, explorador visual, su formación como arquitecto comenzó formalmente en la Universidad del Desarrollo en Santiago, pero mucho antes ya estaba en marcha: desde los juegos infantiles en programas de computador diseñando casas y montañas rusas, hasta los viajes familiares que lo enfrentaron, desde temprano, con el contraste de culturas y paisajes.

“Creo que mi deleite por la arquitectura comienza a temprana edad, viajando con mi familia a lugares exóticos. El contraste cultural, arquitectónico y de vida me entregó una visión inconsciente, que hoy canalizo en el proceso creativo”, recuerda Nicolás. Esa pulsión inicial se fue enriqueciendo con experiencias diversas: un intercambio en Madrid, prácticas profesionales en Rapa Nui construyendo una escuela sustentable, un paso por el Banco Central y trabajos en oficinas que abarcaban desde lo inmobiliario hasta el interiorismo.

Pero fue en el sur de Chile, entre nieve, silencio y bosque, donde encontró un lenguaje más propio. Y también el coraje para dar un giro. “Estaba trabajando en una oficina de interiorismo y me salió este proyecto en Las Trancas. En un momento pensé en llevarlo a la oficina, pero al final me lancé solo. Trabajaba hasta las seis de la tarde y luego me quedaba diseñando hasta las dos de la mañana. Así nació mi independencia como arquitecto.”

Ese primer encargo fue también un parteaguas vital. La pandemia lo sorprendió en plena visita de obra y optó por quedarse allá. Vivió por meses entre montañas, mientras los plazos se dilataban por tormentas, escasez de materiales, dificultades de traslado. Pero en medio de ese aparente caos encontró lo esencial: la observación atenta, la cotidianidad del lugar, el contacto diario con la obra, los árboles, los ritmos lentos del invierno. “Ese proyecto tiene tantos detalles cuidados porque yo estaba ahí todos los días. Cada decisión se fue puliendo con tiempo, con obsesión incluso. El constructor quería apurar ciertas cosas y yo insistía en detenernos en los detalles.”

A través de esa práctica intuitiva —y rigurosa a la vez— fue descubriendo que su herramienta más poderosa no era solo el trazo o el volumen: era la luz. “Me di cuenta que la iluminación era clave en cómo se sentía el espacio. Empecé a estudiar por mi cuenta hasta que encontré el Máster en diseño de iluminación de la Universidad Politécnica de Cataluña. Postulé, quedé y me fui. Fue una de las mejores decisiones que he tomado.”

En Europa participó en festivales como Llum Barcelona y Lights in Alingsås (Suecia), donde trabajó con diseñadores de iluminación de todo el mundo. De regreso en Chile, ese nuevo conocimiento se convirtió en parte inseparable de su sello: una arquitectura sensible, consciente de la experiencia emocional del habitar y donde la luz —natural o artificial— es un protagonista silencioso, pero decisivo.

Sueños en medio del bosque

En el corazón del Valle Las Trancas, entre árboles centenarios, nieve y silencio, se alza la Casa HR, una obra que es al mismo tiempo restauración, reconstrucción y declaración de principios. No es casual que este haya sido el primer proyecto independiente de Nicolás Guerra: en él se conjugan todos los elementos que hoy definen su arquitectura.

“Este proyecto nace a partir de dos personas de distintas culturas que compartían un mismo sueño. Confiaron en mí y en conjunto lo llevamos a cabo”, cuenta Nicolás. Ella, estadounidense, y él, chileno, llegaron a él con la idea de demoler una antigua casa en mal estado. Sin embargo, al visitarla, el arquitecto vio otra cosa: potencial. “No la echemos abajo”, les dijo. “Hay algo aquí que vale la pena rescatar.”
Y así comenzó una restauración que terminó siendo, en términos estructurales, prácticamente una reconstrucción total. Pero el espíritu de la casa original se mantuvo, amplificado por nuevas decisiones proyectuales, nuevos materiales, nuevas miradas. A la vivienda se sumó un segundo volumen: un quincho diseñado como lugar de encuentro, pensado para celebrar, para compartir, para resistir las nevazones con fuego, comida y conversación.

El diseño dialoga íntimamente con el entorno. Nada está impuesto. “La piedra es la protagonista. Le da firmeza, presencia, pero al mismo tiempo se camufla con el paisaje. La madera genera calidez. La iluminación, tanto natural como artificial, completa la atmósfera.”

Nicolás cuidó cada decisión, desde el grosor de los pilares hasta la orientación de las ventanas. Las vistas se proyectan hacia el norte para capturar la luz en invierno, la ventilación cruzada permite frescura en verano, y la cubierta de zinc facilita el deslizamiento de la nieve. La piedra utilizada es una piedra chilena liviana con propiedades aislantes, y la madera, envejecida, evoca lo rústico con elegancia. La chimenea de hormigón armado aporta robustez y actúa como ancla visual en el interior.

“Me inspiré en la biomimética”, señala el arquitecto. “Pensé en cómo la nieve se deposita sobre las ramas, en cómo la luz se refleja en los cristales. Todo eso quise reproducir, y lo logré iluminando los árboles del entorno. Es como una escenografía natural.”

La Casa HR no se impone sobre el paisaje: se deja abrazar por él. Cada rincón está pensado para ser vivido, sentido, recordado. Una de las habitaciones está diseñada como casa club para los niños, evocando los recuerdos de infancia del propio arquitecto. “Quise hacer algo como de cuento, como Hansel y Gretel”, dice. Y lo logró.

El resultado es una vivienda con alma. No una postal, no un objeto de revista, sino un lugar donde el habitar cobra sentido. Un espacio donde arquitectura, emoción y naturaleza se encuentran y se abrazan.

Estilo, técnica y sustentabilidad: el oficio detrás de la atmósfera

Más allá del relato poético y la carga emocional que envuelve sus obras, el trabajo de Nicolás Guerra se sostiene sobre una base técnica sólida. Su arquitectura es ecléctica por convicción: no se somete a un lenguaje único, sino que se adapta al encargo, al cliente, al entorno. “La arquitectura es una lluvia de ideas que se conecta hacia un propósito”, dice. “Hay que saber interpretarlas de manera armónica.”

Ese eclecticismo no implica improvisación, sino sensibilidad para construir desde lo específico. Ya sea en la ciudad, la playa o la montaña, Nicolás diseña con un mismo principio: generar experiencias. “Trabajo los espacios como si cada rincón fuera una perspectiva diferente. Lo importante es qué quiero que se sienta allí. El contexto me da los puntos de partida.”

Uno de los elementos fundamentales en su lenguaje proyectual es la iluminación. A diferencia de la mayoría de los arquitectos, que la consideran un complemento, Guerra la aborda como un material más. La luz moldea, transforma y define.

“La iluminación tiene el poder de alterar estados de ánimo. Una obra mal iluminada pierde su potencia. Por eso me especialicé en ella: porque puede llevar un proyecto a otro nivel.”

En la Casa HR, la luz cálida inunda los espacios, realzando texturas y materiales. Las fuentes artificiales se colocan con precisión para acompañar, no imponer. Y la luz natural fue considerada desde el origen del diseño, no como una consecuencia.

En cuanto a la sustentabilidad, Nicolás apuesta por soluciones integradas al diseño: estrategias pasivas, ventilación cruzada, orientación solar y materiales con propiedades térmicas. “La tecnología es cara, pero el diseño puede ser inteligente. En Las Trancas, por ejemplo, usamos piedra aislante, orientamos las ventanas para captar calor en invierno, y diseñamos techos que resistan la nieve. No son grandes innovaciones, pero sí decisiones claves para generar confort.”

Todo esto —la técnica, la sensibilidad, la experiencia— configura una manera de proyectar que ya empieza a ser reconocible. No como un estilo formal, sino como una actitud frente a la arquitectura: una forma de estar atento al lugar, de escuchar a quien habita, de pensar la luz como lenguaje, y de construir emociones, no solo espacios.

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