Con sede en Santiago y proyectos en Chile, Latinoamérica y también el Reino Unido, Egbarq, el estudio fundado y liderado por el destacado arquitecto Enrique González, diseña como quien compone una memorable canción, con oído, memoria, sentido y alma.
Con base en Santiago de Chile, una pequeña oficina pero llena de alma, ha logrado internacionalizar su trabajo sin renunciar a lo íntimo, a lo pensado, a lo hecho a mano y fundamentalmente a su identidad y estándar de calidad.
Su fundador, Enrique González Barrenechea, no habla de estilo sino de personas. De casas habitadas, de escuelas con espíritu, de muebles que cruzan fronteras con memoria chilena, con olor a patrimonio casi inmaterial. En Egbarq no se suelen repiten fórmulas unificadas, pero sí procesos que se abren y adaptan en relación a cada cliente, a cada familia, a cada marca.
Este es un viaje por su historia, su filosofía de trabajo y las formas en que una oficina latinoamericana puede pensar el mundo desde lo local.
El niño que hacía maquetas
“Siempre quise ser arquitecto. Desde que supe que había que tener una profesión, yo dije: quiero ser arquitecto”. Así comienza la historia de Enrique González Barrenechea, fundador de Egbarq.
En su infancia no había referentes profesionales cercanos, pero sí libros. “Me enamoré de la arquitectura viendo enciclopedias, viendo en libros edificios de otros países. Me provocaban una fascinación mágica”.
Desde entonces, Enrique encontró un mundo en las maquetas. “De pequeño me volvía loco en Mundo Mágico (un extinto parque de atracciones que representaba las principales atracciones turísticas de Chile en miniatura). Siempre fui el niño que hacía modelos, jugaba con trenes a escala. Me encantaba construir cosas pequeñas que parecían contener un universo”.
Hoy, dice, sigue haciendo lo mismo: “Cambió el formato, pero sigue siendo la misma fascinación. Los tiempos cambian y las tecnologías avanzan, antes eran maquetas, ahora son renders y modelos tridimensionales, que exploramos una y otra vez hasta llegar al óptimo resultado que el cliente quiere y nosotros siempre buscamos”.

La inquietud inicial y el oficio aprendido
El inicio de su formación fue menos romántico. “Ingrese a arquitectura en la PUC y llegué creyendo que sabía lo que era ser arquitecto, pero las primeras notas no fueron lo que esperaba. No entendía lo que querían los profesores de mi”, recuerda.
Ese desencuentro inicial lo llevó a transformarse. “A medida que fui entendiendo el proceso académico, pasé de ser un alumno promedio a destacar dentro de mi generación. La universidad te enseña eso: procesos, metodología, orden. Además de obviamente fomentar la creatividad».
Un proceso similar al del ingreso universitario vivió en el inicio de su experiencia profesional. Egresó de la carrera en 2009, en plena crisis subprime. “Era el peor momento. No había trabajo, muchos arquitectos fueron despedidos. Pensé que haber salido de una buena universidad con buenas notas iba a ayudarme a encontrar trabajo de forma ‘fácil’, pero me encontré con una realidad terrible»
Sin embargo, Enrique no se detuvo. “Siempre había trabajado, desde la universidad. Uno de mis primeros encargos, siendo estudiante, fue colaborar en la pizzería Tiramisú. Me sumergí en el mundo del interiorismo, aprendí sobre materiales, texturas, iluminación, mobiliario. Ahí entendí que la arquitectura también podía ser crear atmósferas, espacios versátiles, mundos más allá del simple habitar”.

Eso lo empujó a explorar otras áreas y ese enfoque marcó la base de Egbarq: una oficina que puede diseñar una casa, un edificio, un restaurant, una oficina o una tienda transversalmente.
No creemos en especializarnos hasta la ceguera. Entender cada escala te permite trabajar con una mirada integral”.
Del campus a Camden: tocar en vivo en otras ciudades
Enrique nunca pensó que uno de los proyectos más formativos y, sin duda, emblemáticos, de Egbarq surgiría a partir de una recomendación muy cercana.
“El yerno de mi profesora guía estaba trayendo la franquicia de School of Rock a Chile. Le preguntó si conocía a un arquitecto bueno y ella me recomendó. Fue casual, pero transformador”.
Lo que empezó con una única escuela en Santiago terminó siendo un proyecto continuo de más de diez años. Hoy Egbarq ha diseñado y supervisado escuelas de School of Rock en Colombia, México, Perú, Uruguay y, recientemente, Reino Unido. “Primero hicimos una. Luego dos. Después vinieron tres y así. A veces trabajamos en cuatro escuelas al mismo tiempo, en distintos países”, comenta con orgullo.
Durante la pandemia, la primera experiencia internacional llegó de golpe y sin margen de error. “Nos llamaron para hacer una sede en Colombia, pero no podíamos viajar. Tuvimos que aprender a dirigir obra en remoto, coordinar constructores a distancia, adaptarnos a otras culturas de trabajo. Y funcionó”.
Cada país implica nuevas reglas, nuevos materiales, otras formas de local. “En México, por ejemplo, nos costó incorporar lo folclórico. Hay un prejuicio allá: lo local se ve como algo curioso que no convence. Pero ahora, en su cuarta escuela en CDMX, vamos a integrar una catrina rockera. Poco a poco, se abre esa puerta”.
El salto a Reino Unido ha sido el mas desafiante. “Allá no basta con un buen diseño. Tienes que pasar por permisos de planificación donde la burocracia es enorme y te estudian todo con mucho detalle antes de obtener cualquier permiso. También hay temas acústicos y exigencias técnicas que no conocíamos. Pero aprendimos. Y logramos, junto al equipo local, aprobar el proyecto”.









A Enrique le emociona ver cómo su oficia, sin pretensiones de serlo, ha sido capaz de llevar proyectos internacionales sin perder su acento. “No trabajamos las escuela como si fuera algo que se repite. Cada escuela es distinta. Me gusta ir al lugar, conocerlo, ver cómo la gente se mueve, qué cosas podría ver, experimentar y, desde ahí, proyectar. En cierta forma los lugares te dicen lo que quieren ser o que puedes lograr en ellos.
Lo humano, lo sustentable, lo artesanal
Más que una estética, Egbarq cultiva una forma de aproximarse al diseño que privilegia la escucha, la empatía y el detalle. “No tengo un estilo cerrado. Lo que hacemos es entender a las personas”, dice Enrique. Cada proyecto parte desde una conversación: cómo se vive, qué se espera, qué molesta y qué podría ser mejor. “Nos gusta pensar la arquitectura como un servicio personalizado. Como un sastre. Cada cliente es distinto, cada lugar tiene su clima, su luz, su historia y también un presupuesto».
Ese enfoque íntimo se complementa con una mirada consciente sobre el entorno y los recursos. Sin caer en etiquetas, Egbarq asume la sostenibilidad como una cuestión de responsabilidad y equilibrio. “No hacemos arquitectura verde de catálogo, pero sí pensamos en cada material, en cada decisión constructiva. El hormigón contamina mucho por los moldajes, por ejemplo. Entonces buscamos un mix. No se trata de eliminarlo por completo, sino de dosificar”.
Lo sustentable, para Enrique, también es cultural. “El pasto, por ejemplo. Es parte de nuestra memoria de infancia. No se trata de prohibirlo por completo, sino de administrarlo con sentido. Como con el mimbre, la albañilería, la madera: hay materiales que nos pertenecen. Y re interpretarlos con inteligencia también es cuidar el planeta”.

En esa línea, las remodelaciones se han convertido en una especialidad gozosa para la oficina. “Me encantan. Más incluso que construir desde cero. Una casa usada tiene historia. Hay algo arqueológico en descubrir cómo se habitaba antes. Es como leer un lugar y escribir una nueva página encima, con lo que se proyecta sobre ella”.
Lo que Egbarq propone, entonces, no es una arquitectura grandilocuente ni superficialmente ética. Es una práctica cuidadosa, que diseña desde lo cotidiano, desde el uso real y desde el respeto por lo preexistente. Es una arquitectura que escucha, traduce y pone en valor, haciendo que lo cotidiano se vuelva especial.
Escalas múltiples, un mismo pulso
En Egbarq, las categorías tradicionales de la arquitectura —residencial, comercial, interiorismo, inmobiliario— no actúan como compartimentos estancos, sino como capas que se solapan y se enriquecen mutuamente. “Diseñar una casa, una tienda o una oficina puede ser lo mismo si sabes leer bien el encargo. Lo importante no es la escala, sino la atención”, dice Enrique.
El portafolio de la oficina es prueba de esa versatilidad sin dispersión. Están, por ejemplo, proyectos como Casa Las Campiñas, una vivienda de 450 m² en un entorno rural, que fue levantada del suelo para parecer más liviana, evitando el peso visual de su volumen. En el otro extremo, remodelaciones urbanas se concentran en intervenir departamentos compactos, donde cada gesto cuenta y el diseño se vuelve precisión quirúrgica.
En el ámbito comercial, Egbarq ha desarrollado espacios como la Tienda Best Place to Live, donde arquitectura y comunicación se funden en una experiencia que explica —y vende— la inversión inmobiliaria a través del diseño. O la Oficina Harasic y López un espacio corporativo donde lo funcional y lo acogedor se encuentran sin competir.





También han incursionado en proyectos de mayor escala, como el edificio VLF, donde el diseño se cruza con la ingeniería, las normativas urbanas y la rentabilidad de mercado. “Estos proyectos nos obligan a pensar en procesos más largos, a coordinar muchas disciplinas, a ser meticulosos. Pero aplicamos los mismos criterios que en una casa: orden, coherencia, humanidad”.
Lo notable es que, sin importar el tamaño o el programa, los proyectos comparten algo más profundo que una estética: un tipo de vínculo. “Nuestro enfoque es integral, pero no porque hagamos ‘de todo’, sino porque entendemos cómo se conectan las partes. Sabemos conversar con los distintos actores del proceso. Eso nos permite que el diseño no se diluya”.
En Egbarq, cada escala es una excusa distinta para pensar el habitar. El ritmo cambia, el dibujo cambia, pero el pulso es el mismo: mirar con atención y construir con sentido.
Una oficina que Trasciende
“Nos gusta conversar con los clientes, entender cómo viven, qué necesitan. No para complacerlos ciegamente, sino para diseñar algo que, además de servirles, les muestre la vida desde otro ángulo, que su día a día se transforme en algo único, que se sientan inspirados»
Esa atención se nota en los planos y en todo el material que se produce para cada proyecto, pero también en el ritmo del proceso, en cómo se adaptan los equipos, en cómo se piensan los detalles. “La arquitectura es un lujo. Y si vas a tener acceso a un arquitecto, es una oportunidad de cambiar y mejorar la forma en que vives”.

La internacionalización de Egbarq no es expansión corporativa. Es exportación no tradicional, es demostrar que desde una oficina chilena, se puede diseñar para el mundo sin perder identidad, con profesionalismo y con un sentido estético que mejora la calidad de vida de las personas que habitan sus proyectos.
Impresionante!!! Mariana Rencoret una artista con la capacidad de crear espacios con texturas, emociones, jardines con el cielo en la tierra
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