Desde Concepción, el arquitecto Eduardo Espinoza ha tejido una práctica donde cada decisión proyectual parte desde lo esencial: la geometría, la luz, el habitar. Así nace Eje Novo, un estudio donde la arquitectura se vuelve acto de escucha, oficio colaborativo y forma de vida.
En el vasto territorio del sur de Chile, donde las ciudades conviven con la naturaleza indómita y los volcanes dibujan el horizonte, se ha gestado silenciosamente una práctica arquitectónica que pone el foco en lo fundamental. No en el espectáculo, ni en la firma, ni en el exceso. Sino en la geometría que organiza la vida, en la luz que recorre los espacios, en el diálogo entre lo construido y lo esencial: el terreno, el clima, las personas.
Eje Novo, el estudio fundado por el arquitecto Eduardo Espinoza Novoa en Concepción, es fruto de esa sensibilidad y de una trayectoria que cruza el dibujo infantil, el aprendizaje técnico en el servicio público, el contacto con culturas latinoamericanas y una comprensión profunda de que la arquitectura no es un fin en sí mismo, sino una herramienta para vivir mejor. En estas páginas, recorremos su historia, sus principios, su oficio, su ética y su manera de entender el diseño como una forma de cuidado.

De Nacimiento a la arquitectura
“Yo veía edificios de gran altura y me volvía loco”, dice Eduardo Espinoza Novoa, con esa franqueza despojada de grandilocuencia que atraviesa toda su manera de hablar (y de proyectar). Vivió toda su infancia en Nacimiento, una comuna del centro-sur de Chile donde los grandes edificios eran escasos, pero la construcción de nuevas viviendas y plazas publicas siempre llamaron su atencion. Allí floreció su temprana obsesión por el dibujo técnico. “En la enseñanza media en artes visuales, se me daba muy bien realizar maquetas y dibujos isométricos».
Desde séptimo básico supo que quería estudiar arquitectura, aunque no tenía un referente directo en su entorno ni una noción clara del oficio. “Pensaba que era pura matemática”, confiesa. Al ingresar a la Universidad San Sebastián en Concepción, descubrió que era mucho más que eso: análisis social, recorrido, observación, teoría del habitar. “Me encontré con un mundo mejor del que imaginaba. Era súper humanista”.

La universidad no solo fue una revelación conceptual, también le abrió oportunidades concretas. Su perseverancia y resultados en las entregas de taller le valieron pasantías y trabajos con Schiapaccasse Arquitectos, Santiago Aptecar y Soledad Garay (DosArq), Paola Petinelli, y Juan Carlos Riveros Bassaletti.
“Ahí entendí cómo funcionaban los equipos. No se trataba solo del plano. Eran reuiones, bosquejos, visitas a obra, especialidades. Era un engranaje”.
Uno de sus momentos fundacionales fue participar en lacreación de la maqueta de la capilla del Colegio San Ignacio de San Pedro de la Paz. Diseñada por Schiapaccasse Arquitectos.
“Confeccioné la maqueta en cartón, la instalamos en el hall de acceso del colegio y al tiempo vi la obra construida . Eso me motivó mucho, me marcó”.
Aprender en lo público:
Lejos de buscar directamente el mundo privado, su primer trabajo como arquitecto titulado fue en el servicio público. Ingresó a Secplan, en la municipalidad de Galvarino, Región de La Araucanía. “Secplan es netamente diseño urbano y rural. Y encontré un equipo que funcionaba como un estudio, pero desde lo público”.
Durante años ha trabajado en distintas comunas con fuerte presencia mapuche: Galvarino, Ercilla y Renaico. Allí diseñó salas cuna, colegios, espacios públicos y centros comunitarios con identidad local. “Los proyectos tenían que tener sentido territorial. La arquitectura no podía llegar impuesta. Había que entender el lugar y a sus habitantes”.

Ese tiempo también fue una escuela técnica. “Entendí que no podías diseñar sin saber de pendientes, aguas lluvias, sistemas sanitarios. A veces querías hacer algo y no se podía porque la red no lo permitía. Eso te aterriza”. Aprendió a leer el mapa más allá de lo físico: cómo se financian los proyectos, cómo funcionan las normativas, la burocracia y la comunidad. “Fue un proceso de absorción total. Y me sirve hasta hoy”.
Eje Novo: el estudio como sistema, el nombre como manifiesto
“Yo no quería que se llamara Eduardo Espinoza Arquitecto. Esto no soy solo yo”, explica. Así nació Eje Novo, un nombre que reúne sus iniciales (Eduardo Javier Espinoza) con su segundo apellido (Novoa), pero que también es un juego conceptual: el eje como principio estructurante del habitar. “En arquitectura el eje configura el espacio, da orden, organiza. Puede ser físico o invisible. Y eso me hacía sentido”.
Fundar el estudio fue menos un salto que una continuidad. Venía acumulando experiencia pública y encargos privados en paralelo. “De a poco fui agarrando vuelo con los independientes. Primero freelance, luego más proyectos. Y ahí nació el estudio”.
Desde el inicio, pensó Eje Novo como una práctica interdisciplinaria. Trabaja con ingenieros civiles, proyectistas sanitarios, eléctricos, topógrafos.

Proyectar desde el sentido
“No tengo un estilo”, dice Eduardo. Y sin embargo, su arquitectura es reconocible: volúmenes simples, claridad formal, uso estratégico de la luz, eficiencia energética, diálogo con el entorno. “Intento no poner elementos que no aporten. Si hay un gran alero, es porque el sol o la lluvia lo exigen. Si hay un vidrio grande, es porque ahí entra el norte y se puede aprovechar para calefaccionar el espacio de forma natural”.
Para él, proyectar es lograr que la casa tenga sentido en su uso cotidiano. “Siempre me fijo en el recorrido del sol, en los vientos, en la topografía. Pero también en cómo vive el usuario. Hay quienes meditan al amanecer y necesitan ese rincón. Otros necesitan una cocina que se conecte con el patio. Todo eso lo escuchamos”.
La iluminación natural es una constante. “La casa debe tener calefacción pasiva. Si hay sol a las tres de la tarde se puede aprovechar de apagar la estufa?”. Junto a eso, busca que el exterior dialogue con el interior. “Aunque sean tres metros cuadrados de patio, si los usas bien, te cambian el habitar”.

Para Eduardo, la geometría no es forma vacía: es una herramienta para la vida. “Yo parto de la necesidad, no del capricho formal. Pero creo que una geometría clara resuelve mejor la cotidianidad. No se trata de sorprender, sino de habitar bien”.
La atmósfera como parte del proyecto
Durante años, entregaba solo “la cáscara”. Hoy, el interiorismo forma parte activa del estudio. “Antes era el plano, el layout, y listo. Pero ahora hay otra cultura. La gente quiere ver texturas, colores, cómo se va a vivir el espacio”.
Eduardo propone materiales, paletas, formas. “Mostrar un muro con textura o ubicar bien una planta puede cambiar toda la percepción”. A través de renders o referencias, busca entusiasmar a los clientes para que no se detengan en lo básico.
En locales comerciales, ese trabajo cobra aún más sentido. “Ahí estás pensando para muchos usuarios. Circulaciones, atmósferas, identidad. Es otro ritmo, pero me gusta”.

El vínculo con sus clientes suele continuar después del diseño. “Diseñamos la casa, luego el quincho, luego el patio. A veces me invitan a los tijerales. Es una relación larga. Y eso es valioso”.
Arquitectura como red
Durante su etapa universitaria, Eduardo fue parte de los Encuentros Latinoamericanos de Estudiantes de Arquitectura. Fue organizador local, asistente en otros países, y allí estableció redes que aún hoy están vivas. “Era un aprendizaje brutal. Ver cómo se habitaba en otras culturas, cómo se diseñaban plazas, viviendas, todo. Fue abrir los ojos”.
De esos encuentros nacieron amistades que luego se transformaron en colaboraciones reales. Ha trabajado con arquitectos de Brasil, junto a quienes diseñó una casa en Pichilemú y otra en Camboriú.
Gracias a los softwares compartidos, la distancia no es un obstáculo. “Uno envía el archivo, comenta, modela, cambia. Es casi como estar al lado”. Hoy incluso apuesta por nuevas colaboraciones fuera del país y mantiene contacto con colegas que conoció hace más de una década. “Es bonito seguir aprendiendo desde otros contextos. Traer eso de vuelta”.
Futuro y filosofía: una arquitectura que se proyecta con sentido
Aunque por ahora no ejecuta directamente las obras, Eduardo sí acompaña la construcción con asesoría constante.
“Además de ir a terreno, tenemos reuniones online con el cliente y el constructor donde resolvemos detalles. El compromiso no termina cuando se entrega el diseño”.
Desde la primera reunión, el proceso en Eje Novo está pensado como un acompañamiento integral, que va desde la idea inicial hasta el último detalle constructivo. “Nos sentamos con el cliente, escuchamos sus ideas, sus necesidades, sus costumbres. A veces incluso traen bosquejos o imágenes de Pinterest. Desde ahí empezamos a modelar no solo un espacio, sino una forma de habitar”.
Ese proceso contempla variables técnicas como asoleamiento, pendiente, ventilación, contexto inmediato y normativa local. Pero también recoge lo simbólico: qué vistas quieren privilegiar, cómo se relacionan con la cocina, dónde imaginan reunirse. “Hay clientes que te dicen: aquí quiero ver el amanecer. Otros que necesitan un patio interior porque meditan en las mañanas. Todo eso se traduce en decisiones concretas”.
La colaboración con ingenieros estructurales, sanitarios o eléctricos es permanente. “Muchas veces diseñamos junto al ingeniero. Estamos en la misma reunión pensando la losa, el recorrido de las aguas, el comportamiento estructural del volumen. No es una cadena de entrega, es un cruce horizontal de saberes”.

A nivel espacial, Eduardo cree en la geometría como principio. “No me interesa imponer una forma por capricho. Pero sí creo que un volumen claro, bien orientado, puede resolver mejor una vida cotidiana. Que la casa se sienta lógica al habitarla. Que no sobre nada, pero tampoco falte. Y eso es geometría, pero también empatía”.
Desde ese lugar, su arquitectura dialoga con el sol, con el viento, con la lluvia. Con las rutinas del habitar. Y con una idea profundamente ética: que todo espacio habitado puede mejorar la vida si está pensado desde el cuidado.
“Seguir colaborando, seguir aprendiendo. Quizás dejar una huella afuera, no por ego, sino porque creo en esta forma de hacer arquitectura: desde la geometría, desde lo simple, desde la respuesta al lugar y a las personas”.
La historia de Eje Novo no es la de un gran manifiesto estilístico ni la de una firma autoral impuesta sobre el paisaje. Es más bien la de una sensibilidad por la forma en que vivimos los espacios. De cómo la arquitectura puede, con recursos simples pero bien pensados, mejorar la vida cotidiana. De cómo un eje invisible puede organizar todo un mundo habitable. Y de cómo un arquitecto del sur de Chile ha convertido esa intuición en una práctica real, cercana, interdisciplinaria y abierta al futuro, como se aprecia en algunas de sus obras que destacamos a continuación en Rúa Salón.
CASA CRUZAT
Emplazada en un terreno estrecho al costado de un río y en una zona urbana de la novena región, Casa Cruzat plantea el programa arquitectónico en dos niveles donde el ingreso de luz natural juega un papel protagónico en los espacios principales.
Su diseño está enfocado en una propuesta moderna con materiales sólidos donde la implementación de termopaneles y losa radiante permiten mayor confort térmico. El concepto abierto y la doble altura del estar principal permiten mayor amplitud visual y apreciar el entorno natural se transforma en la rutina diaria de los usuarios.
Un corredor lateral exterior orientado al norte incorpora un gran alero que lo protege de la lluvia y así comunica el acceso principal con una terraza techada del patio posterior destinada a reuniones familiares.
La premisa radicó en aprovechar las características del sitio, resolviendo el proyecto mediante espacios que comunicaran sencillez para una vivienda práctica y contemporánea.






CABAÑAS DEL MIRADOR
El encargo consistió en diseñar dos cabañas idénticas de 80 m2 en un terreno pendiente y con cualidades panorámicas privilegiadas. Se emplazaron estratégicamente para que ambas pudieran aprovechar las vistas hacia la periferia de la ciudad de Angol.
El programa arquitectónico se desarrolló principalmente buscando un espacio contemporáneo eficiente para las distintas necesidades de los usuarios. Así es como se articulan tres volúmenes destinados a zonas sociales, acceso y dormitorios proponiendo una arquitectura dinámica y funcional.




CASA BARÚ
El diseño de Casa Barú nace a partir del estilo de vida de una pareja joven en crecimiento, responde mayormente a las condiciones geográficas del terreno y su orientación al río Biobío a 4 km de la ciudad de Concepción. Emplazada en una pendiente pronunciada entre el río y la reserva Nonguén, la propuesta surge entre árboles y macizos arbustivos proponiendo respetar las especies nativas de la zona. De esta forma emerge un volumen suspendido de líneas simples y limpias que descansa en la naturaleza sobre un piso ventilado utilizando materiales industriales como el acero y hormigón sobre placas colaborantes.
Fue pensada como un lugar de descanso y contemplación, con un programa sencillo donde se organizaron los espacios sociales en una planta libre en el primer nivel con una imponente terraza mirador exterior, mientras que en el segundo, se proyectan las áreas privadas, ambos niveles aprovechan el asoleamiento norte en torno a vistas estratégicas.
Con una atención meticulosa en los detalles, se diseñaron espacios fluidos y luminosos, donde la domótica, losa radiante y eficiencia energética hacen de esta casa un refugio familiar acogedor y funcional.









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