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Estudio Alto: Diseñar desde el contexto,proyectar desde la escucha

Jul 3, 2025 | Arquitectura, Destacados | 0 Comentarios

Estudio Alto diseña casas sin estilo fijo, pero con una certeza: cada espacio puede mejorar la vida de quienes lo habitan. Una arquitectura de atmósferas, experiencias y detalles invisibles. Sin repetir esquemas ni perseguir tendencias, esta oficina ha construido una práctica coherente y profundamente situada, donde cada casa responde al territorio y a las formas de vida de quienes la habitan.

En tiempos donde muchas oficinas de arquitectura buscan diferenciarse por una firma visual reconocible, Estudio Alto avanza por otro camino. Sus proyectos no se construyen desde el espectáculo, sino desde la observación cuidadosa del lugar, el diálogo continuo con el cliente y una atención rigurosa al detalle constructivo. Liderada por Alberto Salvador Martín y Tomás Feuereisen, esta oficina ha consolidado un enfoque que privilegia la habitabilidad y el contexto por sobre cualquier gesto autoral.

No importa si están diseñando una casa en Zapallar o un refugio en Canarias: el gesto que sostiene cada proyecto nace de una conversación. Un trazo compartido. Una duda abierta al diálogo. Una pregunta lanzada al viento, esperando caer donde haga más sentido: ¿cómo quieres vivir?

Estudio Alto no es una marca. No es un estilo reconocible por su firma formal. Es una conversación continua entre dos amigos que se conocieron en la nieve y que hoy se dedican a construir espacios habitables con una sensibilidad rara: esa que pone el oído antes que la mano, y que cree que el buen diseño comienza escuchando, no imponiendo.

Del esquí al oficio compartido

Tomás Feuereisen Fretes tiene 37 años, estudió arquitectura en la Universidad del Desarrollo y es —como él mismo dice— “un poco inquieto, de esos que prefieren el windsurf antes que el fútbol”. Desde temprano supo que lo suyo no era trabajar para otros. “Salí de la universidad y duré seis meses contratado. Me fui por mi cuenta a hacer renders, a levantar proyectos chicos, muy a pulso”, cuenta. En ese andar algo nómade, trabajó en Chile, en Australia, volvió y armó lo suyo.

Alberto Salvador Martín, en cambio, es español. Nació en Palencia, estudió en la Universidad de Navarra y luego trabajó dos años en Holanda, donde —según él— aprendió más que en la escuela: “Allí conocí la arquitectura experimental, el diseño desde la prueba y error, la exploración volumétrica. Eso me cambió la cabeza.” En 2014 se vino a Chile, sin imaginar que se quedaría tanto tiempo ni que fundaría una oficina. Pero así fue.

Se conocieron gracias a un amigo común, esquiando. “Fue amor a primera vista”, ríe Tomás. Y no es una exageración. Hablaron de surf, de escalar, de arquitectura, de política, de todo. “No era de esas amistades superficiales. Nos quedábamos pegados conversando horas.” Por un tiempo no volvieron a saber uno del otro. Tomás se fue a Australia. Alberto siguió con su vida profesional. Pero en 2018 se reencontraron. Tomás necesitaba ayuda con un proyecto. Recordó a Alberto. Lo llamó.

“Yo no lo dudé”, dice Alberto. “Sabía que trabajar con él iba a ser entretenido, pero también desafiante. Y eso es lo que buscaba.”

Así nació Estudio Alto, sin una planificación comercial, sin una misión escrita en PowerPoint. “Fue algo totalmente orgánico”, repiten ambos. Proyecto a proyecto, se fueron afirmando en el hacer. Cada diseño, cada cliente, cada contexto les enseñó algo nuevo. Aprendieron que trabajar juntos no era solo diseñar en conjunto, sino pensar juntos. Habitar juntos el proceso.

Pensar desde el otro: Diseñar como ejercicio de escucha

Cuando Estudio Alto se sienta a proyectar, lo primero que hacen no es dibujar. Es conversar. Escuchar. Mirar. “Nosotros no diseñamos para nosotros —dice Alberto—. Diseñamos para alguien que va a vivir en ese espacio. Que va a dormir, pelear, criar, celebrar, llorar ahí. Que va a ver pasar su vida por ese lugar.”

Cada encargo comienza con una serie de entrevistas informales, casi terapéuticas. Les preguntan a sus clientes cómo viven, qué les gusta hacer en la mañana, cómo es un día ideal, cómo se imaginan su vejez. De esas conversaciones —a veces más reveladoras que cualquier programa arquitectónico— surgen los primeros trazos.

“Queremos entender no solo cuántas piezas necesitan, sino cómo respiran”, dice Tomás. “No es lo mismo diseñar para alguien que se levanta a las seis y lee solo, que para una familia que desayuna junta en una mesa al sol.”

Ese nivel de empatía se traduce en decisiones concretas: una circulación más fluida, una cocina orientada al norte con iluminación natural constante, una ventana baja para mirar recostado, un dormitorio que no da directamente a los ruidos del living. Cada gesto tiene sentido si está atado a un modo de vida.

Pero el pensamiento no se agota en lo humano. También está lo económico. Uno de los pilares del estudio ha sido desarrollar una metodología de acompañamiento presupuestario temprano, en que desde el primer día se establece cuánto quiere (y puede) gastar el cliente. A partir de ahí se calcula superficie, se definen materiales, se modula cada decisión.

“Nos pasó más de una vez que un proyecto se caía cuando llegaba el presupuesto. Entonces decidimos cambiar el enfoque: primero números, después diseño. No al revés”, explica Alberto. “Es lo más honesto.”

En ese mismo espíritu, la oficina ha desarrollado un sistema de trabajo altamente colaborativo. Ambos arquitectos diseñan juntos, pero con funciones que se complementan. Alberto, más conceptual y volumétrico. Tomás, más preciso en distribución y medidas. “Al final, todo lo discutimos. Ningún proyecto tiene un solo autor”, aclaran. “Y eso se nota.”

El contexto como maestro: vernácula, bioclimática y emplazada

“Cada terreno nos enseña cómo debe ser la casa”, dice Alberto. Y lo dice en serio. No como recurso literario, sino como una verdad práctica.

El trabajo de Estudio Alto se fundamenta en una lectura precisa del lugar. No diseñan desde el computador: diseñan desde la pendiente, desde la orientación solar, desde el viento, la vegetación y el tipo de suelo. En cada emplazamiento aplican una batería de herramientas de arquitectura bioclimática, muchas de ellas aprendidas en Holanda y reformuladas en el territorio chileno.

“Hay cosas que no cuestan dinero y que mejoran radicalmente la calidad del habitar —explica Alberto—. Como orientar bien los espacios para captar el sol de invierno. O protegerte del viento con un muro vegetal. O usar la ventilación cruzada para refrescar en verano sin necesidad de aire acondicionado.”

En Chile, por ejemplo, saben que el sol recorre el cielo norte; en España, va por el sur. Por eso, cada decisión volumétrica se adapta al hemisferio, a la latitud y a los microclimas del entorno. Las casas en Zapallar se piensan de modo distinto que las de Chiloé o las que ahora Alberto proyecta desde Canarias.

La materialidad también responde al territorio. La madera es una constante —pino, roble, lenga, según la zona—, por su nobleza, calidez y capacidad de patinar con dignidad. Pero también usan piedra, tierra cruda, barro y materiales locales como balas de paja en reformas del norte de España. “Nos gusta preguntarle al proyecto: ¿de qué quieres ser? A veces te lo dice solo.”

Todo esto confluye en una noción amplia de arquitectura vernácula, no como estilo pintoresco, sino como un saber ancestral que responde al lugar con sentido común. Por eso, uno de sus referentes no es un nombre famoso, sino el rancho campesino bien orientado, bien construido, sin pretensiones.

“Muchos proyectos nuestros han salido casi sin levantar muros perimetrales. Preferimos trabajar con la vegetación y el relieve. Siempre, lo más sabio es evitar intervenir más de lo necesario.”

Desde la luz hasta el último mueble

La arquitectura de Estudio Alto no termina en el volumen. Ni siquiera en la planta. Abarca el interior. El mobiliario. El entorno. El sonido. La sombra. El olor de los materiales.

“Nos obsesiona el detalle constructivo —dice Tomás—. Porque ahí es donde la arquitectura se vuelve real. Donde lo que soñaste se encuentra con la física, con la carpintería, con el yesero.”

En sus proyectos, el diseño de interiores es parte del mismo proceso arquitectónico. Piensan la luz natural durante el día, pero también la iluminación artificial en la noche. Proyectan los flujos de movimiento dentro de la casa, los vanos de circulación, los rincones de contemplación.

Cada cocina, por ejemplo, se diseña a medida. No como una caja funcional, sino como un espacio vivo. “Muchas veces es el corazón del proyecto”, afirman. “Nos gusta pensar cocinas abiertas, integradas al estar, con islas que permitan conversar mientras se cocina, o desayunar mirando al jardín.”

Incluso han comenzado a explorar maneras de incluir paisajismo, diseño de mobiliario e incluso decoración en su propuesta integral. “Nos encantaría poder entregar proyectos terminados, hasta el último cojín”, dice Tomás. “No como imposición estética, sino como un gesto de acompañamiento completo.”

Ese deseo responde a una visión del habitar como experiencia sensorial total. Una visión que también reconoce el poder terapéutico de los espacios bien pensados.

“Una casa puede levantarte el ánimo o deprimirte. Un techo alto te abre, un muro mal puesto te encierra. Hay casas que enferman. Otras que curan. Y eso no es poesía: es arquitectura.”

Desde ese lugar, diseñan. No para que la casa luzca bien en Instagram. Sino para que alguien —una madre, un niño, una pareja, una persona mayor— pueda vivir mejor.

— Estudio Alto

Soñar más alto

Aunque están felices con el camino recorrido —“somos unos apasionados, diseñamos con el alma”, dice Tomás— también sueñan con escalar. No en términos de ego, sino de impacto.

“Me encantaría diseñar colegios”, dice Alberto. “Un arquitecto una vez dijo: hagamos escuelas más grandes para hacer cárceles más chicas. Me hace mucho sentido. Educar desde el espacio también es construir una sociedad mejor.”

Tomás coincide: “Nos encantaría tocar más vidas. Llegar con nuestra arquitectura a lugares donde no suele llegar. Usar inteligencia artificial, por ejemplo, para diseñar prototipos habitacionales accesibles, dignos, hermosos. Porque la calidad del espacio en que vives sí te cambia la vida. Te puede deprimir o levantar el ánimo. Y eso importa.”

Sin fórmulas, con verdad

No hay una estética “Estudio Alto”. No hay una fórmula. No hay un estilo que se repita. Hay un método, sí. Pero uno que comienza desde el otro, y no desde uno mismo.

“No queremos hacer casas de autor. Queremos hacer casas de verdad”, dice Tomás. “Por eso cada proyecto es distinto. Porque cada cliente lo es. Porque cada lugar lo es. Porque cada conversación nos lleva a un lugar nuevo.”

Estudio Alto no busca el estrellato. Busca el sentido. El sentido de habitar. De compartir. De acompañar.

Y en esa búsqueda, han encontrado algo más valioso que un sello visual: una forma de estar en el mundo.

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