Hay objetos que nacen con vocación de permanencia y otros que abrazan con gracia su transitoriedad. Las velas, desde sus inicios, han estado entre estos últimos. Desde las antiguas civilizaciones egipcias, que sumergían juncos en sebo para obtener luz, hasta las elegantes velas de cera de abejas de la Europa medieval, su existencia ha oscilado entre lo utilitario y lo simbólico. Sin embargo, en las últimas décadas, las velas han dado un giro inesperado. Ya no solo iluminan. Habitan.
Las velas escultóricas son un fenómeno contemporáneo que bebe tanto del diseño como de la artesanía. Estas piezas, a medio camino entre la escultura y el objeto decorativo, prescinden de la mera funcionalidad para convertirse en protagonistas visuales de los espacios que ocupan. Pueden adoptar formas abstractas, humanas, arquitectónicas o conceptuales. Y aunque muchas de ellas nacen para no ser encendidas —conservadas como pequeñas esculturas domésticas—, su verdadero encanto se revela cuando la mecha se prende y la obra comienza su proceso de transformación.

Esta fusión de estética, efimeridad y fuego encontró su eco en Chile de la mano de dos mujeres que, desde la pausa de la maternidad y el deseo de reconectar con lo sensible, encendieron algo más que una llama: fundaron Etherea.
Dos creadoras, una llama compartida
La historia de Etherea comienza como comienzan muchos sueños auténticos: en una conversación entre amigas, en una pausa vital, en una necesidad de reencontrarse con lo esencial.
“Etherea nace a partir de las ganas de reencontrarnos con nuestro lado más creativo”, cuenta María Ignacia Loeser, una de sus fundadoras. Junto a Catalina Díaz, ambas formadas en disciplinas artísticas —ella en Artes Visuales en la Universidad Finis Terrae, y Cata en Diseño de Vestuario en la Universidad del Pacífico—, compartían algo más que una amistad: una vocación común por enseñar, por crear, por transformar espacios.

Durante años trabajaron como profesoras de arte, entregando sensibilidad y herramientas a otros, pero dejando de lado su propia pulsión creadora. “Teníamos botado un poco nuestro lado creativo”, confiesa Ignacia. Hasta que un día decidieron volver a mirar hacia adentro, hacia esa parte del alma que busca moldear, imaginar y hacer con las manos. “Fue ahí cuando hicimos un diplomado online en interiorismo y decoración”, cuenta. Y en medio de esa experiencia, encontraron algo inesperado: “Nos dimos cuenta de esta tendencia en auge en el extranjero de las velas escultóricas. Acá en Chile estaba cero desarrollado. Y pensamos: aquí hay una oportunidad”.
Así nació Etherea. No como un simple emprendimiento, sino como una forma de volver a crear con sentido.
La estética de lo íntimo
Etherea no es una marca de velas. Es un manifiesto sobre los espacios que habitamos y cómo queremos sentirnos en ellos. Desde sus inicios, María Ignacia y Catalina imaginaron un objeto que no solo fuera decorativo, sino que pudiera “contar una historia, reflejar una personalidad”.
“La estética de Etherea es una estética cuidada, reflexiva, que busca inspirar a las personas y los espacios que habitamos”, explica Ignacia con calma, como si pensara cada palabra con la misma atención que pone al moldear la cera.
Inspiradas por el arte —tanto clásico como contemporáneo— y la arquitectura, sus piezas llevan nombres como Niteroi, Alhambra, Trío Angkor, Dórica o Constantin. Algunos honran a artistas, otras a obras arquitectónicas o lugares donde se encuentran edificios icónicos. “Es parte de una búsqueda constante. Por ejemplo, ahora lanzaremos una colección inspirada en Hilma af Klint, una artista abstracta que amamos”, adelanta.

El proceso creativo parte desde una forma que llama la atención. “Primero viene el bosquejo a mano alzada. Luego lo llevamos a 3D y mandamos a imprimir los moldes. Una vez que tenemos la pieza, vemos si realmente funciona como vela. Es mucho ensayo y error. Muy artesanal”, relata.
Esculpir con fuego
Crear una vela en Etherea es entrar en un rito artesanal que va más allá de la cera. Se trata de investigar, probar, fallar, volver a intentar. Es una danza entre lo visual y lo funcional.
“Para nosotras el diseño es lo más importante. Partimos por ahí. Después vemos si la vela funciona”, dice María Ignacia. Que la llama no se apague, que el chorreado sea armónico, que parte de la estructura se mantenga aún encendida. Es un equilibrio delicado entre forma y transformación.
Trabajan principalmente con cera de parafina, aunque están incursionando en cera de coco y de abeja y, próximamente, de soya de alto punto de fusión. También exploran tintes —líquidos y sólidos—, diferentes tipos de mechas de algodón y moldes diversos: de silicona, acrílico, metal y estructuras impresas en 3D. “Cada vela tiene su tamaño de mecha, su color. Todo está pensado y probado muchas veces antes de que salga del taller”, explica.

Lo que podría sonar técnico, en boca de María Ignacia se vuelve poético. “Nos encanta que sea un proceso lento. Honramos ese proceso artesanal que hoy está tan olvidado”.
Espacios que cuentan historias
Más que objetos bonitos, las velas de Etherea buscan convertirse en narradoras de los espacios que habitan. “Queremos que cada vela transmita personalidad, cuente una historia. Que refleje la personalidad de quienes viven ahí”, afirma Ignacia.
Ese anhelo conecta profundamente con un concepto escandinavo que admiran: Hygge. “Es una palabra danesa que se pronuncia ‘Juga’ y que habla del bienestar en el hogar, de la felicidad cálida. Siempre está ligado a una vela encendida o una chimenea. A nosotras ese concepto nos hace mucho sentido”.
Etherea entonces no solo propone una estética, sino una forma de estar: presente, consciente, acogedora. Una vela encendida no es un adorno. Es un acto. Una afirmación silenciosa de que ese espacio es un refugio.
Encender lo efÍmero
El nombre no es casual. “Etherea viene de lo efímero”, explica María Ignacia. “Nuestras velas son esculturas que se prenden, que eventualmente desaparecen. Es arte efímero. Por eso nuestro lema es ‘Esculturas efímeras’”.

Esa conciencia de lo transitorio es, paradójicamente, lo que les da sentido. “Muchas personas compran nuestras velas y no las prenden. Les da pena. Pero queremos motivarlas a que lo hagan. Que entiendan que la belleza también está en ese proceso de derretimiento. Es teatral. Es vida”.
Y aquí, Etherea se convierte en algo más profundo: una invitación a vivir los objetos, no solo a contemplarlos. “Es como regalar una vela en vez de un ramo de flores. Ambos son efímeros, pero uno tiene fuego”.
Colaborar, expandir, persistir
El futuro de Etherea no está escrito, pero ya tiene una dirección clara: crecer de forma orgánica, sin perder su alma artesanal.
“Queremos llegar a más casas, colaborar con más marcas, hacer colecciones especiales”, cuenta María Ignacia. Ya han desarrollado diseños únicos para otras marcas e incluso estudian alianzas con estudios de interiorismo. Y aunque su presente gira en torno a las velas escultóricas, el universo de la cera es amplio y prometedor. Aromas, nuevas ceras, combinaciones sensoriales. Todo está por explorar.
Eso sí, hay algo que no piensan ceder: la conexión con lo hecho a mano. “Somos autodidactas. Aprendimos todo desde cero, en un mundo que estaba muy poco explorado en Chile. Estuvimos un año entero desarrollando Etherea antes de lanzarla. Y seguimos aprendiendo cada día”.

Un gesto de fuego
Quizás el mayor valor de Etherea esté en su manera de recordarnos que lo esencial no siempre perdura, pero sí puede dejar huella. Como el calor que queda después de una vela encendida. Como la forma que se derrite lentamente y, en su tránsito, revela otra belleza.
Las velas de Etherea son esculturas que se prenden. Son arte que arde. Son una forma de decir que lo bello también puede ser transitorio. Y que, justamente por eso, vale la pena vivirlo.
“Nos gusta pensar que cada vela nuestra transforma el espacio donde vive”, dice María Ignacia. Y mientras ella lo dice, uno imagina la llama encendiéndose, el perfume sutil de la cera tibia, la luz suave delineando las formas. Una pequeña ceremonia íntima que ocurre en cualquier rincón del mundo, gracias a dos mujeres que decidieron volver a crear, y a encender. Eso es Etherea, esculturas efímeras que iluminan el presente.
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