Entre mármoles, maderas de cedro y obras escogidas con el alma, Mariana Rencoret diseñó su casa como si esculpiera una pieza única. Una obra habitable de más de 900 metros cuadrados donde cada decisión —desde la orientación de la luz hasta la textura de los muros— habla de su oficio, su historia y su forma de estar en el mundo. En este refugio contemporáneo, la arquitectura se vuelve relato, el arte es parte del habitar y la naturaleza no es un telón de fondo, sino un personaje esencial.
La obra más monumental de Mariana Rencoret no está expuesta en una galería ni protegida dentro de una vitrina. Su creación más profunda se levanta al pie de la cordillera, con una fachada que respira modernidad y un interior que habla de raíces, memoria, viajes y arte. La casa que construyó junto a su marido —más de 900 metros cuadrados de arquitectura cálida, precisa, luminosa— es, como ella misma dice, «la máxima expresión de lo que soy».
Escultora, diseñadora de formación, coleccionista de objetos con historia y alma viajera, Mariana es una artista que habita sus ideas. Desde muy joven se sintió interpelada por el espacio, obsesionada con los metros cuadrados de las viviendas sociales, curiosa del detalle y amante de lo imperfectamente humano. Hoy, a sus 54 años, habla de su casa como quien recorre una obra viva: con respeto, emoción y un dominio absoluto del oficio.

La raíz del diseño
«Yo estudié diseño en la Universidad Católica. Mi proyecto de título fue sobre la optimización espacial e implementación de la vivienda básica en Chile. Me obsesionaba que la gente viviera con dignidad y comodidad en un espacio reducido… las casas se entregaban sólo con la división del baño el resto era abierto y el piso era radier, mi objetivo era que las casas se entregaran con flexit, divisiones para los 2 dormitorios y mobiliario plegable y transformable, las personas sólo debían aumentar en $1.500 de esa época su dividendo mensual y podían optar a este formato, así existía privacidad y espacio para esparcimiento y estudio, conseguir información era muy difícil, no existía internet, fue una travesía muy reconfortante el conectarme con la gente, estar en sus casas donde me recibían con gran generosidad y cariño, esperar al director del Serviu hasta que me atendiera, entregar una población con un piloto en Colina con el presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle», cuenta Mariana, con esa energía vital que parece atravesarlo todo.
Su trayectoria no ha sido lineal, pero sí profundamente coherente. Desde joven estuvo inmersa en el mundo de la construcción. Su abuelo materno fue un reconocido ingeniero calculista en Chile. Su suegro, tres veces vicepresidente de la Cámara Chilena de la Construcción. Mariana misma trabajó en empresas como Cic, Sodimac y Cerámicas Cordillera, e incluso en la Fundación Nuestros Hijos, donde fue gerente comercial. Pero fue en la conjunción de arte y espacio donde encontró su verdadero lenguaje.

«Para mí, el arte es la expresión del alma. Desde el escultor que realiza un monumento hasta quien hace una lámpara o un textil. Esta casa, sin duda, es mi mayor obra de arte»».
Un faro moderno
La casa se alza como un manifiesto contemporáneo: fachadas limpias, líneas puras, grandes ventanales sin interrupciones. Una arquitectura inspirada en el modernismo paulista, donde los planos se funden con el entorno, la vegetación entra en las habitaciones y cada volumen respira.
«Quisimos construir un faro, un refugio moderno pero humano. A pesar del metraje, no se siente imponente ni fría. La gente entra y me dice que se siente acogida. Y eso era lo que yo quería: que la casa abrazara».
El terreno, un frente norte de 58 metros, fue perseguido por años hasta que se dio la oportunidad.
«Era nuestro sueño», dice. Y aunque el primer paso fue contratar un muy reconocido arquitecto, los proyectos no convencieron a Mariana y su marido. «Pagamos los anteproyectos, pero no era lo que queríamos. Llegó un punto en que me vi con los planos rayados, diseñando todo yo misma».


Fue entonces cuando la escultura entró como canal creativo. Mariana se inscribió en un taller y, como por magia, encontró allí a una arquitecta que aceptó firmarle los planos. «Yo tenía todo claro. Hasta el láser lo usaba durante los viajes para medir la altura de los cielos, el ancho de los pasillos… Todo lo iba registrando».
El arte de los espacios
Hablar con Mariana es recorrer la casa sin haber puesto un pie en ella. Su relato es visual, táctil, lleno de emoción. Los espacios no se describen por su función, sino por su atmósfera.
El hall de acceso tiene más de siete metros de altura y actúa como el corazón de la casa. «Quería una entrada que recibiera, que impactara, pero sin imponer. Es un espacio que respira». Desde ahí, se conectan el living y el comedor, ambos de cielos altos (cuatro metros), con una gran terraza volada que da al jardín.

«Todo está integrado: los espacios, los materiales, la luz. El mármol travertino cubre todos los pisos, generando unidad. Y los ventanales jumbo hacen la diferencia… ¡ah! No hay machones ni pilares a la vista. Eso costó mucho, estando en un país sísmico como Chile, pero lo logramos con vigas postensadas, como las que se usan en los puentes».
La iluminación fue diseñada junto a la galardonada Elizabeth Domínguez, y ejecutada con piezas italianas de Iguzzini. hice un diplomado en iluminación arquitectónica. Para mí, la luz es escultura, es emoción»».
Una casa habitada con historia
Nada en esta casa es casual. Cada alfombra, cada obra, cada objeto tiene una historia. Mariana y su marido han viajado por el mundo, y de cada destino regresan con un tesoro. «Esa alforja viene de Marruecos, los bastones de Turquía, el samovar lo traje de un mercado en Estambul. Todo tiene alma».
Incluso el mobiliario fue pensado como parte de una gran curaduría. Mandó a tallar unas sillas de encina inspiradas en las sillas de la casa de su madrina con una base de mesa heredada de su suegra; la mesa de centro, de Carlos Vergara la encontró después de un año de búsqueda. Para mí, cada mueble debía ser una obra de arte».

La paleta cromática de la casa no responde a una tendencia, sino al arte. «Los colores los mandan las alfombras y los cuadros. El resto es neutro. Cuando compré el cuadro de Francisca Valenzuela para el living, toda la paleta se pensó en función de la pieza».
Una casa para ser vivida
Pese Pese a su sofisticación técnica y estética, la casa no es un museo. Está viva, se mueve con la familia, acoge visitas, nietas que corren por los pasillos, perros y gatos que se asoman entre los jardines. Es un hogar en el sentido más profundo, donde la tecnología está al servicio del confort y no al revés.
«Nosotros queríamos que fuera un lugar para vivirlo, no para admirarlo de lejos», dice Mariana. Y esa premisa también se refleja en cómo integraron la domótica: con inteligencia, pero sin frialdad. Desde la iluminación escénica programable hasta los sistemas de climatización, todo está diseñado para adaptarse a los distintos momentos del día y del año. “Me metí a un diplomado de iluminación arquitectónica porque sentí que, si estaba levantando una casa de hormigón en el mejor sector, tenía que hacerlo bien”.
Con ayuda de expertos, Mariana fue construyendo una experiencia espacial que se siente fluida y casi imperceptible en su eficiencia. Las luces se regulan según la hora, las cortinas se abren solas, la temperatura se ajusta por sectores. Hay un montacargas que conecta los 3 niveles de la casa para facilitar la vida diaria y todo está controlado desde un sistema centralizado. “Pero no queríamos que se notara. Nada de paneles invasivos ni sensores robóticos. Queríamos que la tecnología se integrara como una capa invisible, como otra textura más”.
Esa delicadeza técnica también se extiende a los espacios más íntimos, como los baños. En el baño principal, la domótica se vuelve atmósfera: una lucarna proyecta estrellas de luz sobre el cielo del espacio, diseñada con precisión casi escenográfica.
La ducha y el sauna están integrados dentro de bloques de mármol, de modo que sólo se percibe la luz, la temperatura, el vapor.
«Quería que fuera una experiencia sensorial, que al entrar te olvidaras del tiempo», cuenta.
Incluso el jardín nocturno responde a esta lógica. “Diseñamos la iluminación exterior para que las plantas también contaran una historia de noche”, dice. Los caminos se encienden con sensores de presencia y la vegetación alta —la que da estructura al jardín— está bañada con luz suave, indirecta.
“Queríamos que la casa no se apagara nunca del todo. Que siguiera respirando cuando todos dormimos”.
El resultado es una casa que responde, que cuida, que acompaña.
“Vivimos toda la pandemia aquí solos, cuando nos mudamos nos faltaba un 30% para terminarla. Esta casa fue nuestro oasis y nuestro trabajo, el jardín fue producto de la pandemia”, dice. En tiempos de encierro, la casa les ofrecía terrazas, cielos altos, luz, libertad. Y al mismo tiempo, una contención casi emocional.
En el segundo piso, por ejemplo, se despliega el espacio más íntimo: el dormitorio principal, tres terrazas que miran al norte, al oriente y al sur, una salita de estar, una “sala de los cuentos” para las nietas —repleta de marionetas y libros antiguos— y detalles pensados para el goce diario. “Es como estar en un hotel, pero cálido. Con personalidad. Con historia”.
Jardín como arquitectura
Y si la casa es una obra de arte, el jardín es su marco perfecto. Diseñado por Mariana y ejecutado por su marido, cuenta con más de 20 árboles de gran tamaño, incluyendo un sector italiano de cipreses y laureles de comer.
«Cuando haces la arquitectura de una casa, necesitas pilares. El jardín también necesita su estructura. Quisimos que la naturaleza entrara en cada rincón. Contamos hasta 23 tipos de pájaros distintos hoy. Es un ecosistema propio».
El legado de lo vivido

La casa, recientemente vendida, marca el cierre de un ciclo para Mariana. “Era nuestro refugio, y ahora estamos listos para otro camino. Nos vamos a una cabaña en Zapallar, del año 73, con tejuela de alerce, la cual compramos mientras construíamos esta, la reconstruimos entera. Todo lo contrario a esta. Pero igual de significativa”.

Lo que queda no son sólo los muros, sino la experiencia. “ Está hecha con amor, con profesionalismo, con alma».
Una mujer que construye
Mariana Rencoret no sólo diseña. También construye. Su historia es una de resistencia, creatividad y visión. Fue madre joven, vendió bikinis en la feria para pagar la universidad, levantó casas desde cero, estudió escultura, iluminación, gestión. Se formó sin detenerse nunca.
Hoy, cuando mira su casa, no lo hace con nostalgia, sino con gratitud. «Yo siento que todo llega cuando tiene que llegar. Esta casa, esta obra, este lugar… fue un regalo. Un acto de fe. Y también, de mucho trabajo».
Y aunque pronto dejará sus muros, Mariana sabe que su verdadero hogar está en todo lo que ha creado con sus manos, su cuerpo y su corazón.

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