La artista chilena Francisca Valenzuela ha construido una obra que trasciende el lienzo, explorando la identidad, la memoria y la transformación personal. A través de su pintura, instalaciones y proyectos sociales, invita a una introspección profunda y a una conexión con lo esencial del ser humano. En Rúa Salón retrato íntimo de una pintora que transforma el arte en un camino hacia sí misma, y desde ahí, hacia los demás.
«Soy Francisca Valenzuela Valdivieso, soy pintora, hace creo que como 40 años», se presenta con la simpleza de quien ha dedicado la vida entera al arte, como si esa historia pudiera condensarse en una frase corta. Nacida en Santiago en 1965, creció rodeada de arte. Su madre y su abuela pintaban, y su hermana se dedicó a la escultura.
«Mi mamá siempre ha pintado, si bien es cierto no es conocida porque no se dedicó 100%, pero sí siempre pintaba», recuerda. El arte, entonces, era parte del lenguaje cotidiano, una herencia que se transmitía entre mujeres.
Ese entorno fértil desembocó naturalmente en una formación académica. Estudió Licenciatura en Arte en la Universidad de Chile, y luego continuó en la American University y la Corcoran School of the Arts & Design en Washington D.C. Lo suyo nunca fue solo técnica: desde el inicio, su práctica se entrelazó con procesos introspectivos profundos.
«He seguido estudiando siempre, principalmente en curatorias de arte. No tanto que me enseñen a pintar, porque eso ya lo aprendí. He seguido estando en talleres donde uno lleva su obra y te van opinando, corrigiendo… con gente que me interesa su trabajo».
CAMINOS PICTÓRICOS: DE LA FIGURACIÓN A LA ABSTRACCIÓN
Aunque hoy su obra se sitúa firmemente en la abstracción y la instalación, sus inicios fueron profundamente figurativos. «Pasé muchos años estudiando la figura humana con un profesor que es bien bueno, que es Jaime León. Enseña a dibujar la figura humana porque creo que es bueno. Y siempre en mis cuadros, aunque sean súper abstractos, hay alguna figura escondida, apenas se nota, pero le da estructura».
La figura, sobre todo el rostro, fue durante mucho tiempo una constante. «Soy buena para hacer rostros, caras. Siempre salían unas caras relativamente parecidas a mí. Andaba en esa búsqueda de mirarme hacia adentro».
Esa búsqueda, casi autobiográfica, derivó luego en algo más complejo y simbólico: «Con estos trabajos grandes de lienzos que buscan salirse del bastidor, empecé a hacer unos rostros en yute, y después los quemé, los partí, los uní, los reuní. Ahí hay todo un simbolismo: desarmar mis máscaras en la vida… me expongo con todo lo que fui y lo que quise ser y no quiero ser ahora. Quiero ser como soy nomás, yo».





Francisca describe su proceso creativo como una búsqueda constante de autenticidad.
«He estado en un camino paralelamente al arte de desarrollo de mi persona y de ir hacia algo, lo más esencial de lo cual fue hecho, he hecho un camino espiritual y también de conocimiento psicológico, digamos, de crecimiento personal en esa área, entonces siento que hoy en día estoy llegando a algo como bien auténtico y genuino de mí».
Su serie «Disolución y Nacimiento», presentada en 2021, es un ejemplo de esta evolución, donde la abstracción y la introspección se entrelazan para explorar la transformación personal.
EL TALLER COMO SANTUARIO INTERIOR
Su proceso de creación es intuitivo, nunca planificado. «Nunca he planificado. Parto haciendo nomás, en mi taller, que es un lugar tranquilo, apartado, grande. Y va saliendo de a poco. Me asombra que en poco rato, con un par de materiales, van saliendo formas, colores, van tomando cuerpo. No es muy cerebral, es más intuitivo».
Es en ese espacio íntimo donde el tiempo se pliega. El hacer se convierte en una forma de escucha: «Voy haciendo y después generalmente analizo por qué hice eso: por qué quemé, por qué cosí, por qué hice esas formas. Y ahí voy entendiendo».

Su técnica es ecléctica y experimental: «Trabajo con técnicas súper variadas. Parto con acrílicos y todo lo que sea al agua. Le pego arena, cosas, materiales, y después termino con óleo porque eso da unas veladuras que no se logran con acrílicos». Y en sus obras más textiles, el collage se vuelve cuerpo: «Trabajo con arpilleras, con yutes, con hilos… les pego cosas, les pego arena».
CRUZANDO FRONTERAS
Con más de 40 exposiciones realizadas, su obra ha viajado por el mundo: de Chile a Ecuador, de Washington D.C. a Argentina. Ha expuesto en espacios como Galería La Sala, la Embajada Chilena, el Banco del Pacífico y el Banco Mundial. Sus últimas muestran han consolidado una etapa donde el trabajo instalativo y lo espiritual convergen.
El trabajo de Francisca ha sido reconocido y adquirido por importantes colecciones a nivel internacional, incluyendo la Colección Luciano Benetton y Giancarlo Meroni en Italia, y la colección del Banco Mundial en Washington D.C.
«El gran tema de la obra de Francisca Valenzuela parece haber emergido desde un fondo casi inaprensible, como si se hubiese inmovilizado exactamente en el instante de su visibilidad para luego deshacerse y formar parte de los infinitos espacios donde la mirada no existe y que nos están vedados desde siempre», dice el destacado autor Raúl Zurita sobre la obra de María Francisca.




Recientemente, por ejemplo, participó en la muestra «Puente Aéreo» en Argentina, una colaboración entre artistas chilenos y trasandinos.
«Era una experiencia colaborativa de artistas chilenos y argentinos, en la conmemoración de la guerra que no fue, en 1978. Participaron artistas argentinos de renombre y fuimos siete artistas chilenos, fue algo bastante único y enriquecedor».
EL ARTE COMO SANACIÓN SOCIAL
Uno de los proyectos más significativos de su carrera fue «Vida Nueva: Una nueva mirada», donde retrató a niñas víctimas de abuso del Hogar María Ayuda. Ellas mismas intervinieron las obras. «Se tapaban los ojos, se tapaban las bocas. Son súper fuertes esos rostros, esas caras intervenidas por ellas. Pero también se sintieron miradas».
Esta serie fue seleccionada para formar parte de la exposición «1 in 3» del Banco Mundial, dedicada a la violencia de género. «El Banco Mundial andaba buscando mujeres que trabajaran con mujeres agredidas. Una de cada tres mujeres en el mundo son agredidas… Entonces, de alguna manera, yo trato de aportar desde el mundo del arte esa mirada específica y genuina».

HACIA EL FUTURO
Cuando se le pregunta cómo se proyecta en este mundo incierto, responde con convicción: «Yo creo que uno algo puede aportar a este mundo que está muy cambiante, muy loco. Pero en la medida que nos acercamos a lo que vinimos a ser, al ser más profundo y genuino, podemos aportar una mirada específica que se conecta con lo universal».
Su compromiso con esa autenticidad se vuelve también un gesto político y espiritual. «En la medida que eres verdadero y no copias afuera, vas a aportar algo específico y diferente. Eso es mi aporte, siento yo».
Todo se puede resumir en sus propias palabras, unas que comparte como si fueran su mantra.
Diferentes maneras de mirar este mundo.
Diferentes maneras de situarme en este mundo.
Diferentes maneras de enfrentar este mundo.
A veces protegida, a veces enmascarada por las expectativas externas que pretenden moldearnos en algo que no somos,
que no es nuestra verdadera esencia en este mundo.
En este cuadro, empiezo a incorporar mis rostros
quemados, reuniéndolos con suturas rojas para mostrar todas mis caras.
He recorrido un largo viaje, primero en el exterior y luego en mi interior,
para descubrir y ser quien genuinamente vine a ser en este mundo.
Las máscaras que ya no me servían las quemé y las
reuní. Las cosí con hilos rojos gruesos y toscos, como
suturas simbólicas, uniendo todas las partes de mí misma.
Este es mi nuevo camino.
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