Entre la gran escala de los edificios y la intimidad de un mueble, el arquitecto Pablo Sartori encontró una nueva forma de habitar el diseño.
En el corazón industrial de San Joaquín, entre galpones de hojalata y el aroma omnipresente de la madera recién cortada, nace una marca que parece estar destinada a trascender modas y tendencias. Se llama Morador, y su creador es Pablo Sartori Galleguillos, arquitecto, diseñador y, sobre todo, un habitante del detalle. Un artesano moderno que, en medio del caos pandémico, encontró en la escala del mobiliario una manera de reconectar con la esencia misma de su oficio: la arquitectura como arte de habitar.
«Microarquitectura», dice él para definir esta nueva etapa. «Una escala donde cada unión, cada textura, cada centímetro cuenta. Donde puedes jugar sin pedir permiso, diseñar con libertad, explorar con honestidad.» Así nació Morador: de la necesidad de seguir creando cuando el mundo parecía haberse detenido.
Arquitecto de formación, Pablo creció entre planos, lápices de colores y modelos de casas. La arquitectura no fue una decisión para él; por herencia familiar fue una certeza desde su infancia. Pero su vocación, aunque profunda, no era estática. Desde el principio, Pablo sintió la pulsión de acercarse al objeto, a esa escala íntima donde el diseño se vuelve casi táctil.
«Muchos arquitectos sienten esa necesidad, diseñan autos, yates, muebles…», reflexiona. «Porque hay algo muy seductor en controlar el objeto completo, en jugar con la estética, la funcionalidad, la escala humana.»

Así, cuando la pandemia detuvo la arquitectura de gran escala, surgió la oportunidad de escuchar esa voz interna. Decidió transformar un galpón en taller, comenzó a experimentar, y lo que al principio fue casi un pasatiempo, pronto se convirtió en una marca con ADN propio
Cuando el mundo se apagó
La historia de Morador comienza, como muchas buenas historias, en un tiempo suspendido. Era 2020. El mundo se apagaba, los proyectos inmobiliarios se paralizaban y Pablo, acostumbrado a pensar en cientos de metros cuadrados, descubría que su impulso creativo no sabía de cuarentenas.
“Era la oportunidad perfecta para hacer algo que siempre había querido: diseñar muebles”, recuerda. “Un terreno donde podía ser más libre, más intuitivo.”
No era solo un hobby pasajero: era el nacimiento de un lenguaje propio. Cada silla, cada buffet, cada bar, era un manifiesto silencioso de una nueva manera de habitar el diseño: recuperar el carácter y la expresividad postergada en el actual mundo moderno.

Una escala de emociones: microarquitectura en estado puro
Microarquitectura no es un mero juego de palabras. En Morador, el rigor de la arquitectura se traduce en precisión milimétrica, en ensambles invisibles, en líneas que dialogan sin levantar la voz.
Cada mueble es un proyecto arquitectónico en sí mismo, donde la funcionalidad nunca sacrifica la expresión.» En arquitectura dependes de directorios, normativas, estandarizaciones… Aquí soy yo, jugando y proponiendo directamente al cliente», dice Pablo. «Hay una libertad creativa brutal.»
La idea de diseñar a pequeña escala le permite tocar algo que, a veces, la gran arquitectura olvida: la cercanía emocional con el objeto cotidiano.


Madera viva: la materia como lenguaje
Si hay un material que articula todo el universo Morador es la madera. Pablo trabaja casi exclusivamente con ella, pero no de cualquier manera. Cada pieza tiene un texturado particular: patrones en relieve que no son solo decorativos, sino una forma de devolverle expresividad a un material que, en la era postmoderna, se había vuelto plano y silente.
Gracias al Router CNC, Pablo logra tallar la madera con precisión casi quirúrgica. Diseña los patrones en AutoCAD, luego los transfiere a la máquina, y finalmente, las manos expertas de sus carpinteros ensamblan, lijan y perfeccionan cada pieza.
«Lo que hace la máquina es solo el primer corte. Lo que realmente da vida al mueble es la mano humana», subraya.
Morador: más que muebles, habitantes
El nombre Morador no fue casual. Después de varias sesiones de brainstorming con redactores creativos, Pablo eligió un concepto que encarnara su visión: los muebles como habitantes de nuestros espacios.

Un mueble Morador no es una pieza inerte: es un protagonista silencioso, un testigo de la vida cotidiana. Y como todo buen habitante, puede personalizarse: el cliente puede elegir desde el tipo de textura hasta los tiradores o las patas. Cada objeto es una invitación a co-crear el espacio personal.
ADN Morador: herencias invisibles
Aunque Pablo nunca lo planeó de manera consciente, su diseño lleva impresa una herencia geográfica.
Hay mucho de mid-century en sus líneas, inspiración inevitable para cualquier arquitecto que ame el diseño atemporal, pero también hay una fuerza vibrante, casi tropical, que evoca al modernismo brasileño.
No es coincidencia: Pablo se crió en Río de Janeiro hasta los 14 años. La exuberancia carioca, la riqueza material de la madera tropical, la expresividad de lo cotidiano, todo eso dejó una huella indeleble.
A esto se suma su herencia italiana. “El apellido Sartori significa sastre en italiano”, dice. «Creo que en mis muebles hay mucho de eso: un trabajo obsesivo por el encaje perfecto, por la factura impecable.»



De lo íntimo a lo público: nuevos horizontes
El futuro de Morador ya empieza a esbozarse. Pablo no piensa quedarse solo en muebles: ya está desarrollando revestimientos murales texturados, piezas escultóricas funcionales y, pronto, luminarias diseñadas con la misma filosofía artesanal y expresiva.
Su sueño es claro: seguir explorando, pero sin perder la esencia. “Me interesa hacer piezas que no solo decoren, sino que dialoguen con el espacio, que inviten a habitar de otra manera”, dice.
Otro anhelo es abrir Morador a un público más amplio: crear líneas más accesibles sin sacrificar la calidad ni el diseño. “No quiero usar la palabra democratizar porque está trillada. Pero sí quiero que más personas puedan tener un pedazo de buen diseño en su vida cotidiana.”

La paciencia del oficio
En cada pieza tallada, en cada banco ondulante, en cada patrón diseñado, hay una declaración silenciosa: el diseño todavía puede ser emotivo, humano, imperfectamente perfecto.
Morador no nació para seguir modas. Nació para habitar los espacios y las memorias. Para recordarnos que, incluso en la era digital, aún necesitamos objetos que nos hablen en voz alta, que lleven consigo el eco de objetos trascendentes.
Porque habitar – verdaderamente habitar- es mucho más que llenar un espacio: es darle pasión y carácter.




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