El destacado paisajista nacional Nicolás Sánchez siempre sintió una conexión especial con la naturaleza y hace ya más de 25 años asumió de forma profesional el camino del diseño de paisajes.
En su trayectoria cuenta con más de 300 proyectos de pequeña, mediana y gran escala a lo largo y ancho de la compleja geografía y las diversas condiciones climáticas chilenas. Así, ha logrado estampar su rúbrica y estilo en la escena del paisajismo chileno, una que aún tiene mucho por crecer.
Naturalista por esencia, sus creaciones parecen siempre haber sido parte del paisaje preexistente, y eso, apunta, no es casualidad, sino que una búsqueda constante que va acompañada de mucho estudio y trabajo.
Sobre esto y más conversó con Revista Rúa Salón…
¿Cómo te encuentras con el mundo del paisajismo? ¿Es algo que desde pequeño te llamó la atención?

Desde que tengo memoria, siempre me interesó la naturaleza. De niño, disfrutaba viendo cómo crecían las plantas y observando los insectos en el jardín. Cuando salíamos de Santiago, me encantaba atrapar escarabajos, arañas, lagartijas o cualquier criatura que pudiera encontrar. Recuerdo que en segundo básico nos pidieron hacer un herbario, y eso fue lo que me impulsó a aprender sobre las plantas. Recogí cuantas hojas, plantas y semillas encontré, me compré libros de botánica, y perseguía a José, el jardinero, para que me enseñara los nombres de las plantas. Este proyecto fue uno de los momentos más marcadores de mi niñez.
Otra gran pasión de mi infancia fue armar insectarios. Donde fuera—de vacaciones, en Santiago, en la playa o en el sur—siempre estaba atento, observando y tratando de capturar insectos. Además, recibí libros de entomología que me permitieron clasificar algunos de ellos.
¿Algún otro recuerdo de esos primeros años? ¿Otra cosa que te haya ayudado a marcar tus pasos?
A los 8 años me regalaron mi primera cámara de fotos, una máquina muy simple y básica. Desde la primera fotografía, mi único interés fue capturar paisajes; nunca fotografié personas. De hecho, más de una vez me retaron porque, al revelar las fotos, no había nadie en ellas, solo árboles, puestas de sol, flores y naturaleza. Era lo que quería conservar de alguna forma: todos esos momentos mágicos. Esa fue, diría yo, mi primera aproximación al paisajismo, a esa forma de observar estéticamente los paisajes a través de la fotografía.
Con todo este trasfondo y experiencias ¿Tenías claro lo que querías estudiar cuando saliste del colegio?
Durante mi época escolar, la fotografía me interesaba mucho, así que tomé algunos cursos que me permitieron desarrollar este hobby. Pasaba horas revelando rollos en blanco y negro y esperando la magia de transferir las imágenes al papel. Subía cerros, iba a sacar fotos al río Mapocho (cuando aún tenía un entorno más natural) y pasaba horas en el jardín experimentando con luces para lograr mejores fotos.
Siempre opté por ramos científicos, siendo biología uno de mis favoritos. A los 16 años, comencé a investigar sobre el paisajismo; compré libros (la mayoría sobre paisajismo en Europa) y empecé a revisar la revista Vivienda y Decoración, que en esa época ya hacía reportajes a paisajistas. También comencé a contactar a personas que se dedicaban a diseñar y construir jardines. Antes de salir del colegio, ya había visitado la oficina de Juan Grimm, alentado un verano por Enrique Browne, quien me dijo que tenía que conocerlo.
¿Ahí comenzó tu camino laboral?
Mi camino fue un poco más largo en cuanto a los estudios. Comencé estudiando Psicología, luego Arquitectura, y finalmente Ecología y Paisajismo en la Universidad Central. Fue allí donde empecé a hacer ayudantías con Raúl Silva, con quien además comencé a trabajar en asesorías y algunos proyectos donde él me recomendaba. Un año antes de terminar mi carrera, tuve la oportunidad de estar a cargo de la producción de un vivero, donde trabajé dos años. Esta experiencia me permitió aprender mucho sobre propagación, fertilización, control de plagas y producción de plantas a gran escala. Sin embargo, después de ese tiempo, sentí que quería enfrentar nuevos desafíos y seguir desarrollándome en el ámbito del diseño, no en la producción de plantas. Fue en ese momento que decidí ir a la oficina de Juan Grimm a pedirle trabajo.

¿Cómo fue esa experiencia?
Trabajé con él durante 7 años. Fue una gran escuela en la que aprendí muchísimo y participé en múltiples proyectos, lo que me ayudó a entender cómo trabajar de forma profesional. Después de ese tiempo, me di cuenta de que tenía que seguir creciendo; quería empezar a hacer mis propias cosas, así que me independicé. Eso fue hace ya 14 años.
¿Y cómo ha sido la evolución desde ese primer proyecto en solitario hasta hoy más de una década después?
Estaba tan convencido de lo que estaba haciendo que simplemente seguí adelante; había que atreverse y esforzarse para que todo resultara perfecto.
Siempre me he tomado cada proyecto como si fuera el más importante, sin importar si es grande, pequeño o mediano. Para mí, cada jardín es único, y entiendo que detrás de cada proyecto hay alguien que confía en mí y quiere que el resultado sea increíble.
Por eso, pongo el máximo esfuerzo para que cada proyecto sea especial y responda a las necesidades específicas de las personas que lo encargan. Me gusta poder visitar los jardines con el tiempo, y por eso la relación con los clientes es tan importante para mí; me da la libertad de tocar el timbre y ver cómo van evolucionando.
¿Cómo enfrentas un nuevo proyecto?
Cada proyecto es un desafío que tomo como un problema a resolver, que es como me gusta verlo. Cuando la gente habla de un jardín pequeño, puede imaginar que es menos complejo, pero muchas veces tiene más detalles que uno grande.
Los jardines extensos tienen otras dificultades, como el manejo espacial en un marco de macro paisaje. Aunque los detalles y la elaboración también pueden estar presentes, al ser una intervención que se relaciona con el paisaje, las líneas pueden ser un poco más difusas para permitir su correcta incorporación con el entorno. Entonces, cada jardín es un mundo de posibilidades y encrucijadas que hay que resolver.
¿Y algún jardín que te significó una problemática o desafío más motivador?
Honestamente, todos los proyectos son desafiantes. Pero si tuviera que elegir uno grande al que le tengo mucho cariño, sería Calmahue, en Pucón. Lo desarrollamos gracias al entusiasmo del dueño; yo estaba empezando de manera independiente. El desafío fue darle contexto a un gran terreno sin grandes referencias más allá de la casa. Había un gran marco de paisaje, pero el espacio donde se desarrollaría el jardín era muy amplio y había que conectarlo. El trazado se hizo de forma manual, con estacas ubicadas cada 10 o 20 metros, y recuerdo que me tocó trazar gran parte bajo la lluvia.
Una de las dificultades en las grandes superficies es ambientarlas y entender que esto toma tiempo. Las plantas que pusimos eran pequeñas en ese marco de paisaje, y había que imaginarlas en su estado adulto cuando las estábamos distribuyendo. El resultado se vería con el paso de los años y tenía que transmitir eso.



¿En qué te inspiras a la hora de diseñar un paisaje o un jardín?
Siempre en la naturaleza, aunque los viajes también son una gran fuente de inspiración. Tengo muy buena memoria visual, y además registro cada viaje que hago con mi cámara. Entonces, donde vaya, tengo un registro de algo. Puedo encontrar inspiración en casi todo, y donde no la encuentro, me sirve para tener claridad sobre lo que no me gusta.
La observación es clave: inspirarse en la naturaleza, en la arquitectura, la decoración, la escultura en el arte en general. Siempre hay material para inspirarse, lo importante es poder reinterpretar lo que uno ve o trasladar la esencia de lo que generó esa sensación de bienestar o placer visual. Ahí está la complejidad.
Soy un convencido del esfuerzo, del trabajo bien hecho, y de que los resultados se logran en la medida en que uno pone todo para lograrlos. Esa inspiración no es magia; es una parte del proceso.
Cuando enfrento una hoja en blanco, comienzo a delinear trazos y a medida que avanzo, voy imaginando, evocando imágenes, sensaciones, aromas. Mientras dibujo, me imagino lo que está pasando o lo que va a pasar en ese lugar, lo que quiero que ocurra. Ese relato que se arma se transforma en una experiencia vívida. Empiezas a contar lo que te imaginaste, lo que sentiste, y aparecen las imágenes. Es una aproximación interesante porque, al enfrentarlo como un relato, es más simple, ya que uno lo vive y es capaz de visualizarlo.
¿Cómo definirías tu estilo?

Naturalista. Para mí, tiene que ver con la inspiración que evoque la naturaleza y la capacidad de transmitir esa esencia en el jardín. Me gusta que parezca que hubo poca intervención, independientemente de que se hayan realizado trabajos mayores.
Busco que el diseño genere una sensación de pertenencia, que el habitante se sienta cómodo en ese espacio. Lograr que algo parezca que siempre estuvo ahí, generar identidad y otorgar una apariencia natural es lo que trato de dejar como sello personal.
Los estilos rígidos son malos para crear; te obligan a volver a paisajes conocidos y te limitan. Puedo reinterpretar estilos con mi visión, y no me complica si tiene un aire a un estilo determinado, pero no me pidas que haga jardines franceses o que copie algo, porque creo que no me saldría bien.
¿Cuál son tus metas, sueños o desafíos en el futuro?
Tengo muchos desafíos. En primer lugar, seguir haciendo lo que estoy haciendo. No se puede dar por hecho que uno va a seguir en lo que está; continuar implica muchas veces cuestionarse y ver cómo mejorar. Estoy feliz con lo que hago, aunque nunca estoy quieto. Me encantaría volver a estudiar. Me gustaría que el paisajismo fuera una disciplina mejor valorada y que la gente estuviera mejor preparada; esto obligaría a que el nivel general del paisajismo en Chile mejorara. Un mejor desarrollo y mayor exigencia llevarían a tener mejores viveros, plantas de mejor calidad, mejores tecnologías, mayor eficiencia en el uso del agua y en última instancia, un mayor beneficio para todos.

Mis desafíos no tienen que ver con internacionalizar mi trabajo; no me interesa hacer jardines en China o fuera de Chile. Lo que realmente me entusiasma es seguir haciendo cosas mejores en Chile. Hay mucho por hacer aquí, y moverme dentro del país ya es un tremendo desafío. Se trata de encontrar mano de obra calificada, buenos viveros y adaptarse a las diversas condiciones climáticas que tenemos.
Mis desafíos están relacionados con impulsar el paisajismo en nuestro país. Sería un sueño poder entregar espacios dignos a sectores más vulnerables, generar políticas que permitan mantener esos lugares de mejor manera, para que todos puedan tener acceso a un jardín que se sienta como su propio oasis, un lugar protegido. Creo que esto debería ser una política pública, porque el contacto con la naturaleza genera bienestar, y estoy convencido de que, en la medida en que los espacios públicos sean más generosos, la calidad de vida de las personas mejoraría.
Es necesario crear una cultura en torno al cuidado de los espacios públicos. En Japón, por ejemplo, puedes poner plantas caras y nadie las roba, nadie las toca, nadie las daña. Aquí, en cambio, he hecho jardines semi-públicos y, a los pocos días, ya se han robado las plantas. Eso da mucha pena.
En definitiva, tenemos mucho por avanzar y por hacer en nuestro país en torno a mi área.
¿Cuáles son tus consejos para quienes quieren hacer carrera en el mundo del paisajismo o la arquitectura del paisaje??
No es fácil. Desde mi experiencia, puedo decir que hay que estudiar mucho. Siento que aún me falta mucho por aprender, y eso también me motiva. Todos los días descubro plantas nuevas, especies que hay que probar, nuevas metodologías, nuevas tecnologías hay muchas cosas interesantes por investigar. La clave es formarse, estar siempre dispuesto a aprender y tener la inquietud de investigar, eso es clave.
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