“Crear no es el objetivo, sino el resultado de estar en un estado receptivo.” Así define Janitze Faúndez su práctica artística, donde mindfulness, color y materia natural se entrelazan para hacer visible lo invisible. Desde la levedad de una hoja hasta la textura de una nervadura, la artista visual y textil encuentra en la naturaleza su principal maestra. Su trabajo es un laboratorio íntimo donde se mezclan ciencia, contemplación y memoria.
- Fotografías: Claudio Cantín / Ale Contreras Westermeyer
En el taller de Janitze Faúndez, el tiempo se disuelve en los hilos, en los gestos del pincel, en la levedad de una hoja suspendida. Puerto Varas no es solo el lugar donde vive desde 2021; es también el paisaje que la respira, el lago que se cuela en sus tramas, las montañas que le susurran silencios. Desde aquí, en el sur del mundo, esta artista visual y textil ha ido hilvanando una obra profundamente enraizada en la contemplación, el color y el vínculo espiritual con la naturaleza.
“Yo no vengo de una familia de artistas,” confiesa. “El arte siempre fue algo lejano, como de otros. Pero había algo muy fuerte que me movía, algo que insistía desde siempre.”
Ese algo la llevó a estudiar Licenciatura en Artes Visuales en la Universidad de Chile, donde descubrió su vocación por el textil. Pero también la llevó a la práctica del yoga, a formarse como profesora y luego a trabajar por más de quince años en el mundo de la educación emocional y mindfulness. Paralelamente, y casi en secreto, seguía alimentando su necesidad de crear. Una necesidad que, con los años, se volvió impostergable.

Hilos, hojas y memorias
Hay un gesto recurrente en su obra que condensa su historia: una pincelada que entra y sale del papel, como un tejido invisible. “Ahí apareció la trama,” recuerda. “Fue como un hallazgo. Resoné. Había algo mío ahí. Algo de mi historia.”
Ese gesto, simple y ritual, le permitió vincular su presente artístico con el pasado de su infancia, donde los veranos transcurrían en la casa de su abuela paterna en Capitán Pastene, rodeada de hilos, bordados y saberes antiguos. “Mi abuela era modista y me enseñó muchas técnicas. El trabajo con las manos me acompaña desde siempre.”
Sus primeras piezas textiles emergieron de esa memoria afectiva, pero también de una rigurosa investigación. Janitze no improvisa los colores. Los estudia, los destila. “Trabajo a partir de una especie vegetal. Observo la hoja, el pétalo, los colores como si fuera un microscopio. De ahí saco toda la paleta posible. Es un laboratorio.”

El resultado es una obra profundamente coherente, donde cada decisión —el color, la textura, la forma— está sostenida por una estructura sensible e intelectual. “Yo estudié color, trabajé con la metodología de Joseph Albers, hice cursos de ilustración botánica científica. Hay mucha información que he ido interiorizando. Pero cuando entro al proceso de creación… es otra cosa».
El arte como estado de conciencia
Ese “otro estado” es quizás el corazón de su práctica. Porque para Janitze, crear es una forma de meditación. “Cuando estoy en el proceso, no hay idea previa. Hay un estado receptivo, una antena abierta. Y desde ese silencio, emergen las imágenes.”
Ese silencio no es vacío, sino presencia. Una presencia cultivada durante años a través del mindfulness, el yoga, la contemplación. “El mindfulness te permite crear un estado interno en el cual estás más estable, más quieta. Y desde ahí pueden emerger ideas que tú no controlas.”

Desde esa apertura han surgido imágenes inesperadas, como la progresión cromática entre el naranja y el verde en una de sus obras textiles, o la necesidad de una pausa blanca en medio de una trama. “Eso es lo más vivo. Es como estar en un asombro constante. No es una pega rutinaria. Es algo que te emociona, que te hace sentir viva.”
Ese estado de creación como experiencia espiritual también se traduce en una ética del hacer: “La acuarela es súper honesta. No hay vuelta atrás. Lo que queda, quedó. No hay capas, no hay correcciones. Y eso me encanta.”
Las hojas que hablan
Uno de los momentos decisivos en su evolución fue el encuentro con Alejandra Bendel, directora de la Escuela de Arte de la Universidad Católica, quien la invitó a participar de una mentoría de desarrollo de obra. “Fue un antes y un después. Me permitió a sentar las bases de mi trabajo actual, y ha sido un gran apoyo”.
Gracias a esa mentoría comenzó a incorporar elementos naturales reales —hojas, pétalos, ramitas— en sus obras. Hizo tramas con hilos que resonaban con los colores de los pétalos. Enrolló hojas secas hasta formar rollitos que parecen cantos de libros antiguos. Creó cajas de acrílico donde flotan composiciones mínimas y perfectas.
“Estas piezas nacen desde un estado receptivo. Colgué hojas para estudiar su color, le mostré eso a Ale Bendel y comenzamos a desarrollar para plasmarlo en una obra. Cuando lo mostré en mi primera exposición… las personas quedaron asombradas y conmovidas.”
Desde entonces, estas obras se han convertido en una de sus marcas. Son objetos que invitan a la contemplación, que detienen el tiempo. “Lo más bonito es que muchas personas me dicen que al tener una de estas obras en su casa sienten que se reconectan con la naturaleza. Es como volver a mirar el árbol que está frente a tu ventana y que antes no veías.”



Puerto Varas: una vida en coherencia
Vivir en Puerto Varas ha sido clave para alcanzar la coherencia entre su vida y su obra. “En Santiago todo era más difícil, más elitista. Acá tengo un entorno que me inspira, una comunidad, importante como Bosque Nativo, donde expuse de forma individual por primera vez. He podido caminar en el bosque, mirar el lago, observar los colores del otoño.”
Esos colores, esas formas, ese silencio, lo permea todo. “Hay una obra mía que si la das vuelta, ves el lago. Esas líneas están ahí. El movimiento del agua me inspiró mucho. Caminar sin música, simplemente observando, es parte de mi práctica.”
Y es desde ese lugar que ha comenzado a proyectar su trabajo hacia otros territorios. El año pasado fue seleccionada para Art Week, y ahora espera estar en Art Santiago. También fue seleccionada en una feria internacional en México, y trabaja en nuevas exposiciones y series.

El arte como refugio
En tiempos de ruido, violencia y sobresaturación, el trabajo de Janitze Faúndez ofrece un refugio. “Mindfulness viene de la palabra en latín recordis, que significa recordar. Recordarnos a nosotros mismos. Y el arte puede ser ese recordatorio. Esa pausa. Ese instante de asombro.”
Para ella, crear es también satisfacer una necesidad profunda. “Dentro de las necesidades humanas está la necesidad de belleza. Y a mí el arte me permite eso: encontrarme con lo bello. Saborear el color, el gesto, el silencio.”
Y ese gesto —pequeño, sincero, atento— se convierte en una invitación al otro. A observar. A detenerse. A habitar el presente.



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