Esta arquitecta entiende que una casa no es solo un refugio físico, sino también emocional. Desde su estudio o a través de sus asesorías personalizadas, esta profesional chilena transforma espacios pensados para acompañar el bienestar y la vida real de quienes los habitan. Con una mirada sensible pero técnica, Cofré apuesta por remodelaciones que celebran la luz natural, la flexibilidad y el confort, demostrando que el diseño consciente puede ser una poderosa herramienta para sanar.

Una casa es mucho más que cuatro muros: es una extensión íntima de quienes la habitan, un refugio emocional, un escenario donde las rutinas, los sueños y hasta las preocupaciones cotidianas toman forma. Lo sabe bien Catalina Cofré, arquitecta chilena que ha hecho de la remodelación y el diseño interior su territorio de exploración más fértil. Su trabajo no solo responde a un anhelo estético o funcional: también entiende el espacio como un agente activo en la salud mental y el bienestar de las personas.

Desde su oficina Cofré Mujica Arquitectos —fundada junto a su socio Cristóbal Mujica— y su proyecto personal Catalina Cofré Arquitectura, Catalina asesora, diseña y construye ambientes que, más que adaptarse a la vida de sus usuarios, la potencian. Porque para ella, transformar un espacio no es simplemente renovar superficies; es un ejercicio de empatía, de imaginar junto al cliente la mejor versión de su cotidianidad.

Un inicio entre muebles y ergonomía

Formada como arquitecta en la Universidad Católica de Chile, Catalina dio sus primeros pasos profesionales en un terreno que, a muchos colegas, podría haberles parecido secundario: el diseño de muebles de cocina. Pero fue ahí donde aprendió algo que se convertiría en la columna vertebral de su enfoque: la importancia de la ergonomía, de entender cómo los cuerpos se mueven en los espacios, de atender a esas medidas precisas que marcan la diferencia entre un lugar bonito y uno verdaderamente cómodo.

Después de pasar por distintas oficinas de arquitectura y diseño, en 2016 decidió independizarse. Desde entonces, su práctica ha girado en torno a un interés profundo en las remodelaciones y las intervenciones en espacios ya existentes.

«Siempre me gustó imaginarme viviendo en distintas casas, visitar departamentos pilotos y pensar cómo los transformaría», recuerda.

Aquella fascinación infantil evolucionó en una manera muy concreta de entender su oficio: trabajar con lo que ya está construido como una oportunidad, no como una limitación.

Los límites como motor creativo

Catalina habla con entusiasmo de los desafíos que implican las remodelaciones. A diferencia de construir desde cero, intervenir una vivienda preexistente obliga a un ejercicio de creatividad más exigente: hay estructuras que respetar o que resultan prohibitivas de relocalizar.

«Los límites de una casa existente te fomentan la creatividad”, asegura. Y más aún: son esos mismos límites los que, muchas veces, otorgan a los espacios una personalidad única. La existencia de muros estructurales, de escaleras inamovibles o de antiguos shafts sanitarios obliga a pensar distinto, a buscar soluciones que no se encuentran en una hoja en blanco.

Mientras en un proyecto nuevo el arquitecto puede caer en la tentación de crear ambientes «perfectamente rectangulares», en una remodelación es necesario adaptarse, pensar soluciones específicas, trabajar con las luces y sombras que la historia del inmueble ofrece.

Para Catalina, los proyectos de remodelación no son una desventaja frente a la arquitectura «de cero»: son, de hecho, un motor creativo. En este enfoque, cada casa tiene ya un carácter, una historia que puede ser rescatada y potenciada. «La remodelación permite rescatar la historia de un espacio y sus habitantes y darle nueva vida».

Esta filosofía también se ve reflejada en su interés por las remodelaciones en otros contextos geográficos. Catalina sigue de cerca lo que ocurre en países como España o Argentina, donde el rescate de inmuebles antiguos genera soluciones creativas y audaces, distintas a las que se suelen ver en Chile.

Cocinas abiertas y espacios que respiran

De todos los rincones que puede tener una casa, hay uno que para Catalina concentra más vida que ningún otro: la cocina. «La cocina es el corazón de la casa. Ahí se ve cómo vive realmente una familia,» dice. Por eso su apuesta —siempre que el proyecto lo permite— es integrar cocina, comedor y living en un solo gran ambiente fluido y luminoso.

La luz natural es otro de sus pilares. No basta con abrir ventanas: hay que pensar su ubicación, su tamaño, la ventilación cruzada. «La luz natural, el flujo y las ventilaciones deben ser ejes en un diseño». Cada detalle de la envolvente arquitectónica se estudia para mejorar la experiencia cotidiana de habitar.

Asesorías personalizadas: escuchar para transformar

Además de proyectos de gran escala, Catalina ofrece asesorías diseñadas para aquellas personas que sienten que su casa no les funciona, pero no saben bien cómo abordarlo. Se trata de guiar, de acompañar antes de embarcarse en un proyecto mayor. «Asesorar es guiar a las personas para que entiendan qué cambios pueden mejorar su bienestar sin embarcarse en grandes obras.»

En algunos casos, la asesoría desemboca en un proyecto completo. En otros, bastan pequeñas intervenciones —reorganizar espacios, cambiar un muro, mejorar la iluminación— para que la vida de los habitantes cambie radicalmente. «Transformar una casa puede transformar la vida de quienes la habitan.»

El impacto de los espacios en nuestro bienestar

Catalina es enfática: «No se trata solo de decorar, sino de crear espacios que acompañen nuestras emociones. Hoy sabemos que los colores, las texturas, la organización espacial y la calidad de la luz impactan profundamente en nuestra salud mental».

El desorden, la mala iluminación o los materiales fríos pueden agotar o estresar. En cambio, una casa luminosa, bien organizada y adaptada a la forma de vivir de sus habitantes puede convertirse en un verdadero refugio. «La falta de luz, los colores inadecuados, la falta de almacenamiento… todo eso impacta en nuestra salud emocional.»

La pandemia, con su largo encierro obligatorio, evidenció esta necesidad. «Nos obligó a mirar nuestras casas con nuevos ojos», apunta la profesional.

La mirada amplia de una arquitecta que también habita

Su experiencia como arquitecta, madre y dueña de casa, le da a Catalina una sensibilidad especial para leer las necesidades reales de las familias. No se trata sólo de diseñar para la foto de revista: se trata de acompañar rutinas, de prever usos múltiples, de adaptar espacios a distintas etapas de la vida.

«Diseñar espacios también es diseñar emociones.» Por eso, aunque su estilo personal tiende hacia ambientes puros y luminosos, siempre está abierta a adaptar sus proyectos a los gustos y necesidades particulares de cada cliente. «Me interesa que cada proyecto tenga alma, no que se vea como un catálogo de tendencias.»

El futuro: talleres, workshops y seguir humanizando los espacios

A mediano plazo, Catalina sueña con abrir nuevos caminos de acompañamiento. Quiere sistematizar su experiencia en talleres o workshops que empoderen a más personas para mejorar sus casas de forma consciente. También sueña con que inmobiliarias y organismos públicos incorporen una mirada más emocional en sus desarrollos.

Su objetivo final es claro: hacer que más personas entiendan que sus casas pueden -y deben- ser una fuente cotidiana de bienestar.

Así, la arquitecta Catalina Cofré ha construido una carrera centrada en la transformación de espacios ya existentes, entendiendo la remodelación como un acto de empatía y bienestar. Asesora, diseña y construye con una mirada que cruza técnica, sensibilidad y experiencia cotidiana. Finalmente, su trabajo apuesta por ambientes más luminosos, flexibles y emocionalmente sanadores.